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8 de Marzo: La Igualdad que nos falta
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(Foto: DALL·E ai art)

8 de Marzo: La Igualdad que nos falta

Por Rafael M. Martos
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sábado 08 de marzo de 2025, 06:00h

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El 8 de marzo no es solo una fecha en el calendario. Es un recordatorio anual de que, aunque hemos avanzado, la igualdad entre hombres y mujeres sigue siendo una promesa incumplida. Sí, hoy reconocemos formalmente que ambos géneros son iguales en derechos y obligaciones. Pero basta mirar a nuestro alrededor para entender que esa igualdad jurídica no se traduce en una igualdad real. El papel lo soporta todo; la realidad, no tanto.

En las últimas décadas, hemos logrado hitos indiscutibles: leyes contra la violencia machista, cuotas para equilibrar la representación política o normativas que persiguen la brecha salarial. Sin embargo, estos avances son insuficientes cuando, por ejemplo, las mujeres siguen ocupando solo el 28% de los puestos directivos en las grandes empresas europeas (según datos de Eurostat) o cuando su sueldo medio en España es un 12% inferior al de los hombres por el mismo trabajo. ¿Cómo se explica esta disparidad si, legalmente, somos iguales? La respuesta está en un sistema que sigue premiando estructuras machistas, aunque se escondan tras discursos progresistas, porque basta observar cómo los hombres siguen predominando de un modo evidente en las direcciones de los partidos, y cuando no es así... se observa que fue Pablo Iglesias quien designó a Ione Belarra y a Yolanda Díaz, y todo queda mucho más claro. Por el contrario, fue el PP el primero en tener presidentas autonómicas, y también el primero en poner mujeres al frente de Congreso y Senado, o se anticipó al PSOE-A proponiendo una mujer a la presidencia de la Junta de Andalucía... lo que no quiere decir que no pueda tener los mismos tics machistas que otras organizaciones, pero desde luego, lo que no tiene son más.

La desigualdad no es un problema individual, sino estructural. Las mujeres parten en desventaja: asumen el 75% del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, una carga que limita su desarrollo profesional y perpetúa su dependencia económica, sacrificando su carrera profesional, y de ahí la brecha salarial. Además, siguen enfrentándose a techos de cristal en sus carreras, a prejuicios en la evaluación de su liderazgo y a una presión social que las juzga con doble rasero. Hay que legislar -seguir legislando- para que la maternidad no sea un obstáculo en el desarrollo laboral de las mujeres, porque si ellas son madres, los hombres son padres, y los hijos o el hogar son responsabilidad de ambos.

También está el aspecto moral, algo que no se puede cambiar con la ley sino con el tiempo, porque mientras un hombre con múltiples relaciones es calificado de “triunfador” o "ligón", una mujer en la misma situación es tachada de “ligera” o “promiscua”. Esta doble moral revela que, en lo cotidiano, la igualdad sigue siendo una quimera, porque las agresiones sexuales son muy superiores en ellas, los acosos en el trabajo (por ser subordinadas) también... al margen del castigo legal, y de la condena social, aún nos queda mucho para que unos y otras nos tratemos en pie de igualdad.

Pero hay más: la escasa presencia de mujeres en puestos de poder —político, económico o mediático— no es casualidad. Es síntoma de una cultura que aún desconfía de su capacidad para tomar decisiones estratégicas o gestionar recursos. Si hombres y mujeres somos iguales, ¿por qué solo el 5% de las empresas del IBEX 35 tienen una consejera delegada? ¿Por qué las ministras siguen siendo minoría en muchos gobiernos autonómicos? La respuesta es clara: las leyes solas no bastan, y desde luego, no se trata de imponer cuotas en estos casos, sino de generar las condiciones para que ellas alcancen esos puestos. Necesitamos cambios profundos en la mentalidad colectiva.

El 8 de marzo debe servir para exigir políticas audaces: permisos de paternidad intransferibles y equitativos, fiscalización real de la brecha salarial, educación en igualdad desde la infancia y medidas que alivien la carga de cuidados que lastra a las mujeres. Pero también para cuestionar nuestros propios sesgos. La igualdad no se decreta: se construye con gestos cotidianos, con reparto de tareas en los hogares, con apoyo a las carreras femeninas y con rechazo a los estereotipos que encasillan a las mujeres en roles secundarios.

Celebramos los avances, sí. Pero no nos conformamos. Porque una sociedad que se precie de ser justa no puede permitirse desaprovechar el talento de la mitad de su población. La igualdad no es solo un derecho: es la base de un futuro más próspero y equitativo. Mientras existan desequilibrios, el 8 de marzo seguirá siendo necesario. No como una manifetasción colorista, sino como un grito colectivo para seguir transformando el mundo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"