A menudo nos preguntamos por qué el andaluz se comporta de forma conformista rayando en lo irresponsable. Cómo es posible que un pueblo tradicionalmente progresista, avanzado y de carácter revolucionario, que ha provocado acciones de gran calado, incluidos cambios de gobierno, ha llegado a esta situación de indiferencia. Quizá la respuesta nos la pueda dar C.G. Jung y su análisis del “inconsciente colectivo“: las vivencias quedan guardadas de forma inconsciente, se van acumulando y llegan a formar parte del carácter. O, cuando menos, del comportamiento.
Desde 1212, en que los ejércitos de casi toda Europa buscaron la indulgencia plenaria papal con su participación en la batalla de las Navas de Tolosa, primera acción declarada cruzada, todo ha venido al revés para Andalucía. La conquista de cada una de las ciudades andaluzas se hizo a un alto precio, altísimo, porque no sólo supuso muerte, también hambre. Porque se forzó la desaparición de la rica cultura andaluza, de la industria, que se ha seguido persiguiendo en siglos posteriores y destruida desde mediados del XIX hasta la actualidad; se perdió o se infrautilizó la agricultura, al repartir los campos entre la nobleza castellano-leonesa en grandes predios, la mayoría de los cuales fueron abandonados por sus nuevos propietarios, pasando los agricultores a la categoría de jornaleros dependientes de la voluntad de sus nuevos “amos”.
Cada respuesta a esta situción de dependencia fue contestada con una represión sangrienta. Desde la rebelión de La Alpujarra, los motines, las revueltas del pan, la revolución de Arahal-Loja, la “Gloriosa”, el 4 D, el 15-O y las múltiples huelgas de los siglos XIX y XX, reprimidas todas con la mayor dureza.
Se podría decir que América fue un interregno al comienzo de la Edad Moderna. Pero no fue así. Porque, aunque Andalucía recogió frutos de aquel trabajo, dio mucho más de lo que recibió, pues incluso fue desprovista de la posibilidad de comerciar con el continente americano, monopolio que se concedió a otra comunidad mas al norte.
A partir de la Guerra de la Independencia -en la que Andalucía fue protagonista principal- se ha remachado con nuestra despersonalización, en base a la apropiación de nuestra materia prima y nuestra cultura, hasta hacernos creer que todo se lo debemos a España, figura supuestamente superior. Para que, al defender nuestras costumbres creamos estar defendiendo ese “ente superior” que “nos ha dado desde el idioma a la música”, cuya falsedad hoy estamos en condiciones objetivas de demostrar.
Para redondear la situación, al despotado de Franco siguió una fingida democracia, que ha separado peligrosamente el discurso de la acción. Que, con la ayuda inestimable de una propaganda hecha con el control de los medios y el enaltecimiento del espectáculo futbolero como aliado, ha llevado a la mayoría a la conclusión de que las cosas son como tienen que ser y que no sirve de nada oponerse, porque la situación -provocada ex-profeso- no está provocada por nadie. “Es así”. “Las cosas son así”, es una expresión muy extendida, en vez de la más real “las cosas las han puesto así”.
Toda la represión recibida, toda la opresión, todos los reveses, el fracaso de todas las revoluciones fomentadas desde Andalucía y los últimos ochenta años, han hecho mella. Han conseguido adormecer al pueblo. Recuperarlo es posible. pero tenemos que espabilar. Y eso supone un esfuerzo conjunto, que ningún partido, asociación, sindicato ni persona individual debería hacer solo… salvo que lo fuerce la inapetencia o inactividad de los demás.