Permítanme que en el Día Mundial de la Tapa me dirija a ella desde aquí, desde Almería, acongojado de dolor.
Querida tapa, ¿dónde te has metido? ¿Qué te han hecho los malvados hosteleros que hablan de ti, pero lo hacen como en un entierro, como si estuvieses viva, pero todos sabemos que no estas con nosotros? ¿Acaso no recuerdas los buenos tiempos que pasamos juntos, cuando te servían gratis con cada caña o cada vino (nunca entenderé la discriminación a la que sometían a los refrescos, pero esa es otra historia), y podíamos disfrutar de tu sabor y variedad sin preocuparnos del bolsillo?
Eras el orgullo de Almería y de Granada, la envidia de otras provincias, el reclamo turístico, la seña de identidad. Con solo pedir una bebida, podías elegir entre una ración de paella, una ensaladilla rusa, un montadito de lomo, unas croquetas, unas patatas bravas, un pinchito moruno, un pescaíto frito ¡un gallopedro! ¡carrillada! ¡pipirrana!... ¡Qué delicia! ¡Qué generosidad mesonera! ¡Qué alegría!
Pero todo cambió cuando los dueños de los bares decidieron que ya no eras rentable, que podían sacar más beneficio cobrándote aparte, o directamente eliminándote de la carta, eso sí sin reducir el precio de las bebidas. Así empezaron a confundirte con el pintxo, ese invento vasco que consiste en poner un trozo de pan con algo encima y clavarle un palillo.
Es cierto que ahora podemos encontrar delicatesen en muchos bares y bien valen lo que se cobra por ellas, pero no son tapas, son otra cosa. La tapa es gratis, la tapa es generosidad, la tapa es una sonrisa, un guiño. Por eso antaño, salíamos de tapas y recorríamos un bar tras otro, y ahora no, tienes que apalancarte en uno porque las raciones se han impuesto por decreto.
Ahora, si quiero tapear como antes, tengo que buscar con lupa los pocos locales que aún te respetan y te ofrecen como Dios manda. O resignarme a pagar un ojo de la cara sin que me quitan el hambre. O peor aún, conformarme con una simple aceituna o un cacahuete como acompañamiento de mi bebida. ¡Qué tristeza! ¡Qué indignación! ¡Qué decepción!
Te echo de menos, tapa. Te añoro cada día. Te quiero con locura. Ojalá vuelvas pronto a ser lo que eras, y no te dejes corromper por la codicia y la moda. Ojalá los almerienses y granadinos se rebelen contra esta injusticia y exijan tu vuelta. Ojalá los hosteleros se den cuenta de que sin ti no son nada, y que te traten como te mereces.
Hasta entonces, seguiré soñando contigo, tapa. Y esperando el día en que nos volvamos a encontrar, y ese sí, ese sí que será el Día de la Tapa.