Adiós primavera, adiós. No es una despedida melancólica, sino una denuncia indignada. La primavera, esa estación que nos regalaba el color de las flores, el canto de los pájaros y la brisa suave, está desapareciendo ante nuestros ojos. El verano se ha convertido en un monstruo que devora los días y las noches, que nos asfixia con su calor extremo y que nos amenaza con sus incendios y sequías.
Cantaba José Carlos Molina en Ñu, aquello de “tenemos que parar la burda evolución, el regreso a los bosques es la solución, queremos vivir en praderas y ver la puesta de sol, poner nuestra casa en un árbol y plantar muchas flores con nuestra canción”.
El invierno es ahora más corto, pero cuando hace frío, presenta datos más extremos. Llueve donde antes no llovía y lo hace de modo torrencial, y nieva o deja de hacerlo en lugares inusuales.
El cambio climático no es nuevo, cierto, porque se ha estado produciendo desde el principio de los tiempos, pero por eso deberíamos haber aprendido, especialmente en una región como la nuestra, Andalucía, frente a un continente como África, donde la desertificación ha ido ganando terreno. Este proceso natural ha convertido esas tierras fértiles de antaño -de ahí que haya petróleo y que el imaginario popular sitúe allí el Jardín del Edén y la ciencia al primer ser humano- en tierras estériles, lo que ha llevado a sus habitantes a emigrar hacia Europa.
¿Cuánto se contaminaba hace 500 años? ¿Y hace 300? ¿Y hace 100? ¿Cómo aguantarían más tiempo vivas cuatro personas encerradas en un ascensor, fumando todos, o si ninguno fumara? Pues eso mismo.
¿Qué estamos haciendo para evitar este desastre que tiene traslación directa en la economía, si es que ahí queremos llevarlo? ¿Qué pasa en Almería, si a nuestra endémica falta de agua le unimos la sequía generalizada? Olvidemos entonces los acuíferos subterráneos que hemos aprovechado históricamente, porque se seguirán vaciando y salinizando; olvidemos las desaladoras, porque el precio del agua es prohibitivo para el productor (además es innegable que tiene efectos directos sobre el medio ambiente marino, pero claro, como está por debajo… ojos que no ven… tortazo que te pegas), pero incluso en ambos casos, el coste de producción sube, y el número de agricultores que podrán pagarlo se reducirá, y la producción bajará, y el precio para el consumidor subirá. Y habrá familias que vendan sus tierras –si se las compran- para poder vivir de ese dinero, hasta que se acabe.
Entonces, seremos nosotros quienes huiremos hacia el norte de la península, y ellos hacia el centro de Europa, mientras que los del norte del continente harán lo mismo pero por razones distintas. No será mañana, ni la próxima semana, ni antes de que Almería tenga tren de alta velocidad, pero puede ser en la próxima década o la siguiente cuando tus hijos o tus nietos no tengan un tomate que comer.
¿Qué medidas estamos tomando para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, para frenar el calentamiento global, para proteger la biodiversidad? Por Dios, eso me lo explicaban en el colegio cuando tenía seis o siete años, cuando no se sabía qué era el ecologismo, y ya nos advertían los maestros de todo esto que está pasando. ¿Qué responsabilidad tenemos como ciudadanos, como consumidores, como votantes? ¿Qué papel juegan los gobiernos, las empresas y los medios de comunicación?
No hay problema, dicen, porque esto ha pasado siempre. Claro, hubo glaciaciones... ya, pero nosotros no estábamos allí, no eran nuestras vidas ni las de nuestros hijos o nuestros nietos las que corrían riesgos. Cada vez la degradación ambiental crece a un mayor ritmo, y quien no entienda el ciclo del agua se lo tiene que hacer mirar, que es como no entender el ciclo de la vida. ¿De verdad que esto hay que explicarlo?
En todo caso, sigo sin comprender por qué los negacionistas del cambio climático son negacionistas de la racionalidad. No entiendo qué les parece mal del reciclaje (¿quién no ha ido a la compra de pequeño con bolsas de tela, quién no recuerda haber llevado las botellas de cristal a la tienda cuando iba a comprar otra...?), o qué les parece mal potenciar el uso de fuentes energéticas menos contaminantes que el CO2...
No podemos seguir mirando hacia otro lado. No podemos seguir escuchando a los negacionistas del cambio climático, que nos quieren hacer creer que todo es una mentira, que no hay evidencias científicas, que no hay que alarmarse. No podemos seguir siendo cómplices de este suicidio colectivo.
En fin, esta actitud me recuerda a otra canción de otro grupo cuyo nombre en este caso viene al pelo: Siniestro Total, que gritaba: "Pueblos del mundo ¡extinguíos! Estirilizad a vuestros hijos, dejad que continúe la evolución". Porque en el fondo eso es lo que plantean los negacionistas: que quien no sea capaz de respirar aire contaminado, comer tierra y beberse el mar, se muera para que continúe la evolución. Es decir, aplicar la misma inteligencia de los dinosaurios que llevó a su extinción.
La primavera se nos va, porque está dejando de existir, como el otoño, y pasamos de un extremo a otro sin solución de continuidad.
¿Y qué harán los poetas sin primavera? ¿Qué será de los enamorados?