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Ahora lo entiendo todo
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(Foto: DALL·E ai art)

Ahora lo entiendo todo

Por Rafael M. Martos
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lunes 14 de abril de 2025, 06:00h

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¡Eureka! ¡Por fin alguien lo dice! Ha tenido que ser Pilar Lucio, exconsejera de Igualdad y ahora aspirante a la renovación en el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) por la gracia del Partido Socialista, quien nos abra los ojos a una verdad incómoda pero, visto lo visto, irrefutable: el saber, sobre todo en exceso, ocupa lugar... y puede ser "contraproducente". Qué alivio, qué liberación. Llevábamos siglos anclados en la rancia creencia de que para gestionar asuntos de alta complejidad y riesgo, como la seguridad de nuestras centrales nucleares, hacía falta un conocimiento técnico, si no "extraordinario", al menos sí sólido. ¡Qué ingenuos!

La señora Lucio, en un alarde de sinceridad que desarma (o quizá debería preocuparnos, pero no seamos agoreros), nos ha regalado esta perla mientras defendía la idoneidad de su compañera Silvia Calzón (ex Secretaria de Estado de Sanidad, ahora en Moncloa) para el mismo órgano: "para ser un consejero del Consejo de Seguridad Nuclear no es imprescindible tener conocimiento técnico extraordinario en esta materia, aunque evidentemente ayuda". Hasta aquí, podríamos pensar en un ejercicio de modestia, un guiño a la importancia de otras habilidades como la gestión o la visión política. Pero no, la revelación estaba por llegar: "pero cuidado, que a lo mejor tener demasiado conocimiento también es contraproducente".

¡Contraproducente! Ahí está la clave. Imaginen el escenario: un consejero del CSN, abrumado por saber demasiado sobre fisión nuclear, protocolos de emergencia, vida útil de los materiales, gestión de residuos radiactivos... ¡Qué estrés! Ese exceso de datos, esa comprensión profunda de los riesgos, podría llevarle a tomar decisiones demasiado cautelosas, a poner pegas innecesarias, a exigir demasiadas garantías. Podría, en definitiva, entorpecer el flujo. ¿Y quién quiere eso cuando hay decisiones importantes (y nombramientos) que tomar?

Es una lógica aplastante. Siguiendo esta línea de pensamiento, ¿para qué queremos cirujanos que sepan demasiada anatomía? Podrían volverse indecisos con el bisturí. ¿O pilotos con un conocimiento exhaustivo de la aerodinámica? Quizá dudarían antes de despegar bajo ciertas condiciones. ¡Fuera los expertos! ¡Abajo la tiranía del saber especializado!

Lo maravilloso de esta filosofía es su aplicabilidad universal. Y, sobre todo, su exquisita conveniencia. Si la persona que quieres colocar en un puesto eminentemente técnico no destaca precisamente por su "conocimiento técnico extraordinario" en la materia, ¿qué mejor que convertir esa carencia en una virtud? No es que no sepa lo suficiente, ¡es que sabe lo justo para no ser contraproducente! Es una genialidad estratégica digna de estudio en las facultades de ciencias políticas (esas donde, esperemos, el exceso de conocimiento sobre Maquiavelo no sea contraproducente).

Así que, celebremos esta nueva era de la gestión nuclear "descomplicada". Demos la bienvenida a consejeros cuya principal cualificación no sea entender los intríngulis de un reactor, sino navegar con soltura las aguas, a veces turbulentas, de la política y los equilibrios de poder. Quizá el verdadero riesgo nuclear no era la radiación, sino el exceso de empollones en los puestos de decisión.

Gracias, Pilar Lucio, por iluminarnos. Ahora podemos dormir más tranquilos sabiendo que el CSN estará, potencialmente, en manos de personas que no se dejarán confundir por la fastidiosa realidad de los hechos técnicos. El sentido común (político, se entiende) prevalecerá. Y si algún día algo va mal... bueno, siempre podremos decir que no fue por falta de advertencia sobre los peligros del saber demasiado. Aunque, pensándolo bien, quizá saber eso también sea contraproducente. ¡Qué dilema!

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"