Alfonso Guerra, el que fuera vicepresidente del gobierno con Felipe González, ha vuelto a la actualidad política con motivo de la presentación de su último libro, “La rosa y las espinas”. Un título muy apropiado para alguien que ha vivido entre las flores del poder y los pinchazos de la oposición. Pero lo que más ha llamado la atención de su reaparición mediática no ha sido su obra literaria, eclipsada por sus críticas a Pedro Sánchez (sin nombrarlo), eclipsada a su vez por sus declaraciones sobre la vicepresidenta y líder de Sumar, Yolanda Díaz.
En una entrevista en el programa Espejo Público de Antena 3 con Susanna Griso, Guerra quiso cuestionar la capacidad política de Díaz para criticar a Felipe González y lo hizo con una frase que ha levantado una ola de críticas y reproches: “Le habrá dado tiempo entre una peluquería y otra”. Mira que hay cosas con las que cuestionar a la gallega, pero con estas palabras, el veterano socialista pretendía descalificarla, y lo único que consiguió fue hacerle un favor impagable a quienes quieren guillotinarle por su oposición al "sanchismo".
Además, Guerra se equivoca al pensar que con sus salidas de tono va a conseguir vender más libros o ganar más simpatías. Lo único que logra es que todo el mundo hable de su machismo en vez de hacerlo de su libro, que no es solo “La rosa y las espinas” que ha presentado, sino también de sus críticas a Pedro Sánchez, al que acusa de traicionar al PSOE y al Estado de derecho por pactar con los independentistas y concederles una posible amnistía. Guerra, que se presenta como el defensor de la Constitución y la unidad de España (tanto, que se opuso a la autonomía andaluza hasta que vio que la ciudadanía era imparable), pretende erigirse en el líder de la oposición interna al sanchismo, pero lo único que consigue es restar credibilidad y coherencia a su discurso con sus ataques personales y sexistas a Yolanda Díaz, a la que coloca como una alternativa política más fresca y renovada... en vez de lo que es.
Los sanchistas y la izquierda que pulula a su alrededor, querían colocarle a él y a González en el pabellón de los dinosaurios, y él solito se ha metido dentro, se ha subido a la peana, y sonríe para las fotos de los visitantes al museo arqueológico.
No es la primera vez que Guerra recurre a este tipo de argumentos para atacar a sus adversarios. Ya en 2015, cuando Podemos irrumpió en el panorama político, Guerra dijo que Pablo Iglesias era “un chico que se lava poco el pelo”. Parece que para el exvicepresidente, el aspecto físico y la higiene personal son criterios válidos para juzgar la valía de un político. Quizás por eso él siempre ha lucido un impecable traje y una cuidada melena canosa, y en cuanto pudo dejó la chaqueta de pana con coderas.
Pero lo que Guerra no parece entender es que sus comentarios no solo son ofensivos y retrógrados, sino también contraproducentes. Al recurrir al machismo y al clasismo para despreciar a Yolanda Díaz, lo único que hace es darle más protagonismo y simpatía. Díaz, que ha sido elegida como la mejor valorada del gobierno según el CIS.
Nunca me ha caído simpático Guerra, es más, siempre me ha caído muy mal, y en el terreno político me parece de lo peor que ha dado este país, un tipo que si se mordiera la lengua se envenenaría, uno de los peores enemigos de Andalucía. Pero al margen de esa apreciación personal que digo para que el lector pueda entender que igual no soy muy imparcial, lo cierto es que alguien como él que dice ser tan inteligente, tan listo, no se diera cuenta del error de sus palabras, no solo porque le colocan en el pasado más antiguo, que es donde el sanchismo quiere colocarle, sino también porque desenfoca el objetivo de su crítica.