Era mayo de 2003 cuando el Partido Popular obtenía más de 31.000 votos en la ciudad de Almería, y Luis Rogelio Rodríguez se convertía en alcalde. No era la primera vez que el PP era el mayoritario, ya que los cuatro años anteriores tuvieron un gobierno municipal de PSOE-IU impidiendo así que Juan Megino, el grupo con más concejales, repitiera al frente de la Alcaldía, perdiéndola así al no revalidar la mayoría absoluta.
Precisamente el hecho de que el PP negara a Megino su deseo de volver a ser candidato le llevó a dejar esa formación y montar GIAL, cuyos cinco ediles resultaron a la postre fundamentales para que su entonces enemigo, Luis Rogelio Rodríguez, se hiciese con el bastón de mando, y él fuese primer teniente de alcalde.
Pues sí, veinte años han pasado ya desde aquello, y es conveniente recordarlo porque al margen de Javier A. García –actual presidente del PP provincial y de la Diputación- creo que no queda ningún edil de aquella Corporación, si bien algunos que fueron asesores hoy son concejales, y al revés, otros están en distintos cargos públicos, y también los hay que siguen en el partido pero alejados de la actividad política.
En aquella campaña electoral hubo varios temas clave para la movilización ciudadana. Si dejamos fuera el voto “meginista” que acabó siendo fundamental, y el voto PP más “pata negra” que no se resignaba a que le birlaran otra vez la Alcaldía con un pacto de izquierdas, los asuntos que más quejas acumulaban eran la situación de la Rambla Obispo Orberá, abierta para construir un parking que no tenía visos de ser acabado, y la suciedad de las calles.
El PP explotó hasta el extremo lo que era una realidad percibida por todos los almerienses, y es que la ciudad estaba sucia, muy sucia, que no funcionaban bien ni la limpieza urbana ni la recogida de basura. Eso lo veía todo el mundo, menos el PSOE e Izquierda Unida.
Entonces las explicaciones del gobierno municipal de Santiago Martínez Cabrejas y Diego Cervantes, eran el viento, la falta de lluvia que limpiase el pavimento, e incluso la falta de colaboración ciudadana. Cualquier cosa menos reconocer que la ciudad estaba sucia y que había que tomar medidas.
Lo mismo podía decirse de los parques y zonas de esparcimiento, que eran pocas y en muy mal estado, desatendidas, sobre todo en los barrios a los que tanto apelaban y apelan los socialistas en sus proclamas electoreras, tanto como de su izquierda siempre tiraban de la expresión “modelo de ciudad” para echarle en cara al PP la falta de proyecto, aunque nunca llegaran a definir cuál era el suyo.
El PSOE de la capital, y la izquierda en general, sigue acusando aún hoy aquel golpe electoral dos décadas después, incapaces de presentar un proyecto coherente con unos referentes potentes que desestabilicen al PP, que ha gozado de mayoría absolutas en ocasiones, y en otras ha logrado el apoyo directo o indirecto de otras formaciones.
Pero la democracia es caprichosa, como hemos visto en Andalucía, donde la flauta quiso sonar por casualidad haciendo presidente a Juanma Moreno con el peor resultado del PP-A en su historia, gracias al apoyo de Ciudadanos, con tal fortuna que luego ha obtenido una incontestable mayoría absoluta, y se vaticina una travesía en el desierto para el PSOE-A.
Es por eso que los concejales más recientes –no diré jóvenes, porque todos lo son, incluso los más mayores, e incluso recientes también lo son casi todos- harían bien en repasar esta historia que acabo de contar, porque la historia, cuando se conoce, tiende a repetirse como el ajo… dejando mal sabor de boca.