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#COVID19 día 16 Como una patena

Por Rafael M. Martos
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lunes 30 de marzo de 2020, 16:16h

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Creo, de verdad, que a alguien se le está yendo la pinza con lo de la desinfección de España, donde solo falta levantar los adoquines, no ya con la esperanza de encontrar la playa como gritaba la famosa pintada de mayo del ‘68, sino para seguir fumigando al coronavirus.

Veo un señor muy ufano que lanza desinfectante desde un dron a lo árboles, cuando el dichoso bichito ni llega ni llegará, y en caso de hacerlo, quien no lo hará será una persona, por mucho que le guste ir de copas.

Pero excentricidades al margen, incomprensible resulta también la efusividad con la que se acoge la limpieza en ciertos edificios públicos, residencias de mayores incluidos, no por innecesaria sino por insuficiente. En cuanto los aguerridos luchadores contra el virus salgan por la puerta con sus artilugios de cazafantasmas, y vuelvan a entrar y salir personas que se agarren a las barandillas, pongan las manos en los cristales de la ventanas, o porten el COVID19 en la chepa, todo podría estar nuevamente contaminado, y si no vuelven más, o no lo hacen hasta tres días o una semana después, es como si nada se hubiese hecho.

Quienes desinfectan corren el riesgo de contagiarse, e incluso de intoxicarse con el producto que rocían, mientras que su eficacia es extremadamente escasa, convirtiéndolo todo en un gesto para tranquilidad psicológica, más que profiláctico.

Aún resulta más curioso el caso de una panadera rural a la que un equipo de televisión le hace un seguimiento para demostrar las precauciones que toman tanto ella como sus clientes, perdidos entre los bellísimos paisajes de las parroquias gallegas.

La sonriente y amable panadera lleva guantes, y con ellos coge el pan, y lo mete en las bolsas, y las cuelga de las rejas o los picaportes, y con esos mismos guantes, se pone la mascarilla una y otra vez, rozándose la cara, el pelo, y los ojos, y abre, emocionada, un sobre que a modo de obsequio le deja un vecino con más mascarillas de evidente fabricación casera, que ella saca y muestra a la cámara… todo como los mismos guantes que luego van al volante, al dinero, a las puertas del vehículo.

No es otra cosa que un ejemplo de la histeria colectiva, porque en su afán de protegerse del COVID19 ella, y proteger a sus clientes, en realidad está haciendo lo indecible por transmitir esa enfermedad, o cualquier virus que se agarre a sus guantes y su mascarilla.

Quienes saben del tema, los sanitarios, lo han dicho una y otra vez, que manteniendo las distancias, es innecesario y desaconsejable llevar mascarilla si no se está enfermo, pero nada, hay quien sale a pasear el perro con ella, y quienes buscan retales de cualquier tela para hacerse una, mientras otros se ponen dos, y hasta tres -¡que lo he visto!-.

Pero claro, hablamos del sinsentido al que nos abocan medidas tan absurdas como que no puedas compartir coche, con una persona con quien estás compartiendo casa, y hasta cama, y cuando finalmente modificaron esta norma, uno tiene que ir en los asientos de delante y otro en los de atrás... siempre que tenga más de nueve plazas, que no es precisamente habitual.

En todo caso, que nadie malinterprete lo escrito, que es verdad que a España le hace falta una desinfección a fondo, que no la conozca ni la madre que la parió… ¡ay… si yo tuviera una escoba…!

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"