Cualquiera lo diría. Este domingo acaban las vacaciones de Semana Santa, cuando en otras circunstancias, bromearía con que un año más, he vuelto a superarlas sin ver una sola procesión.
Pero maldita la broma, porque esta ocasión iba a ser especial; tanto, que a la misma hora que hace cinco días preparábamos en familia unas torrijas de chuparse los dedos –sí, es literal-, bien empapaítas en leche con un toque de limón, chorreando huevo con destino a la sartén, fritas hasta el dorado de un atardecer, y con ese punto andalusí que le da la canela, a esa hora, a esa misma hora, tenía que estar despegando el avión que nos llevaría a Londres, de donde regresaríamos justo este sábado.
Pero como el ministro de Consumo, ese petimetre que comenzó yendo al Congreso en bicicleta y Metro, pero lo dejó cuando ya no le hacían fotos, el mismo que celebró su boda con 270 invitados en unas bodegas riojas… pero todo muy marxista, el mismo que no se ponía corbata como diputado, pero no se la quita desde que está en el Gobierno, pues bien, ese mismo, el andaluz Alberto Garzón, que ha perdido el habla andaluza y por perder, ha perdido hasta a su partido, estaba muy ocupado con regular las apuestas deportivas cuando los locales están cerrados y no hay competiciones, y no cayó en la cuenta de los problemas que a los consumidores nos podía traer la crisis del COVID19.
Al parecer, cuando corrió el pánico ante un posible desabastecimiento en los supermercados, el ministro de Consumo, no tuvo nada que decir, y cuando el desabastecimiento de mascarillas o geles desinfectantes es real, el ministro de Consumo tampoco tiene gestión alguna que hacer, y si los proveedores de internet fallan porque hay mucha demanda pese a lo que tú pagarás lo mismo de siempre, pues nada, no pasa nada, y cuando se dispara el precio de algunos servicios como los funerarios, el ministro actúa tras ser denunciado en los medios de comunicación, porque él debía estar seguramente a otras cosas.
Cuando a día de hoy, accedes a la web del Ministerio de Consumo, ni tan siquiera tiene un apartado especial en el que se detalle qué tratamiento tienen nuestros derechos en estas circunstancias tan excepcionales.
Olvídate de saber qué puedes hacer si te han cancelado un vuelo por el COVID19, o si lo cancelaste tú por temor a quedar en tierra de nadie; olvídate de saber si puedes exigir que te devuelvan el dinero del viaje no realizado, o si tienes que conformarte con un bono para otra fecha, porque igual dentro de tres meses puedes volar, pero igual ya no te interesa si resulta que no vas a pasear por las calles de ese país, entrar en sus museos, o ver sus monumentos, o disfrutar de su gastronomía, y claro, igual sí hay vuelos y con esa excusa las compañías no te devuelven ni un céntimo.
En internet siguen activas agencias de viajes –plataformas como Trivago, Rumbo, eDreams, Skyscanner…- que contraviniendo la ley, carecen de un correo electrónico al que pueda dirigirse el usuario, y solo disponen de teléfonos que nadie atiende, y que cuando lo hacen, no te resuelven nada porque los operadores son personas con respuestas muy limitadas.
No menos grave es la situación de los consumidores ante los productos bancarios contratados antes del coronavirus, y que al ministro de Consumo tampoco le inquietan. En vez estar informando y asesorando a los pequeños inversores que tienen confiados sus ahorros a las entidades bancarias, para que no sean ellos quienes paguen la crisis, el economista que pasó del pupitre universitario al escaño, está en otras cosas, aunque no se sabe en cuales.
Ya ven, no es como pensábamos haber pasado la Semana Santa, pero bueno, si París bien vale una misa, Londres bien vale unas torrijas confinadas.