Nadie está haciendo más por el republicanismo que el exjefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, cuyos desatinos –sí, estoy siendo suave, lo sé- no se pueden reparar ni tan siquiera recordando su papel en la Transición y en el 23F, incluso si es cierta la versión oficial, y tampoco con aquel “por qué no te callas” a Chavez, ni con el “lo siento, me he equivocado” porque se había marchado a matar elefantes mientras los súbditos estábamos metidos hasta el cuello en la crisis.
Como si se tratase de justicia poética, la palabra del año, coronavirus, se presta no solo a descomponerla y aplicarla al escándalo protagonizado por quien el dictador Francisco Franco designó como su sucesor “a título de Rey”, sino que da juego también con quien ha sido su punto más débil en esta última época, la princesa Corina… corinavirus… esa amiga especial con la que además de otras cosas, hacía negocios muy rentables para ellos, pero también para algunos empresarios del círculo íntimo. Unos negocios con los que ha puesto al borde del abismo a su propio hijo y a su nieta, que si en una familia normal es grave, en una familia Real denota una mayor irresponsabilidad.
Es verdad que la ciudadanía votó una Constitución monárquica, pero es que no hubo alternativa, y no es menos cierto que durante unos años el prestigio de la Corona creció y se consolidó como uno de los referentes más valorados, pero cuando dejó de ser tabú en los medios de comunicación lo que ya se conocía en los corrillos periodísticos de la Villa y Corte, las cosas comenzaron a cambiar. Lo peor, es que el entonces jefe del Estado, en vez de rectificar, siguió, y siguió, y siguió, como un virus.
Está por ver que las medidas tomadas por Felipe VI supongan un antídoto contra esta pandemia familiar de la que repudiando a su padre, quiere quedar vacunado.
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