Hasta el hartazgo recordamos la imprevisión del Gobierno español en relación a la gravedad de la pandemia del COVID19 que se avecinaba, y de la que tenían noticias –ahora los sabemos- desde finales del año pasado, y con más severidad en los meses de enero y febrero. Pero hay que reconocer que pasado el 8M, aquel terrible fin de semana en que se juntaron multitud de concentraciones humanas por motivos políticos, deportivos y sociales, fue decretado el Estado de Alarma y el confinamiento integral, lo que al cabo de un mes comenzó a reducir la incidencia del virus paulatinamente.
Nuestro Gobierno actuó tarde, incluso mal, pero actuó, y ahora se está dejando llevar de nuevo por presiones políticas para desestructurar su plan de desconfinamiento, que pese a estar sostenido en sesudos informes de relevantes expertos, pues resulta ir de rectificación en rectificación. Con solo dos días de diferencia, nos insisten en que las fases son ineludiblemente de dos semanas, y lo contrario, que se van a ver reducidas.
Pero no hagamos en esta ocasión leña de este árbol, que tiempo ha habido, y tiempo habrá, y atendamos al hecho de que a estas alturas aún hay gobiernos y gobernantes en el mundo que dan la espalda a las terroríficas cifras que nos está dejando este coronavirus.
Tarde, pero el primer ministro británico, Boris Johnson, rectificó, después de entender que no hay sistema sanitario que soporte la atención a las personas contagiadas, ni sociedad que se mantenga impasible ante el coste en vidas humanas que suponía la pretensión de forzar la inmunidad de rebaño.
Mucho peor es el caso del presidente norteamericano Donald Trump, que primero desprecia los avisos de la OMS por alarmistas, luego les cuestiones por no alertar a tiempo, después acusa a China -si aportar pruebas- de haber creado el virus, más tarde presume de no usar la mascarilla recomendable, y de automedicarse, al tiempo de que bromea –o así lo explica después del escándalo- con beber lejía para curarse, y en el colmo de la irresponsabilidad, azuza enfrentamientos políticos entre estados y entre ciudadanos a cuenta de las medidas de confinamiento.
No menos terrible es el caso del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, que también hace caso omiso de las mínimas advertencias para evitar la transmisión del virus, y se revuelca cual cochino en el barrizal entre sus seguidores en mítines, besa y abraza bebés pasados de mano en mano, en la confianza de que a él le siga saliendo negativo el test de COVID19 por cuarta vez.
En Bielorrusia, su presidente desde hace más de un cuarto de siglo, Aleksander Lukashenko, tampoco se cree que el coronavirus sea tan grave, y es verdad que su país contabiliza pocos contagiados pero le bastaría mirar a sus vecinos de Rusia para ser consciente del problema que tiene al otro lado de la frontera.
Y los hay como Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, que sin negar la pandemia, dijo confiar en que su pueblo “no va a sufrir ni padecer” por este mal porque él quiere que sea “feliz”.
Es posible que cuando el COVID19 era solo algo lejano, cuando solo afectaba a los chinos, cuando nos asombrábamos de las estrictas medidas de aislamiento impuestas por sus autoridades ante algo que parecía tan localizado, pues alguien como el coordinador de Alertas Sanitarias, Fernando Simón, minimizara el riesgo, aunque se le paga para valorar mejor de lo que lo haría un ciudadanos común. Pero cuando llevamos millones de contagios y miles de muertos oficiales, pues no es momento de andarse con tonterías como las del presidente de Cataluña, Quim Torra, dispuesto a poner todo tipo de trabas administrativas en materia sanitaria para marcar diferencias con respecto al conjunto del Estado.
Ahora les sugiero una reflexión: busquen las concomitancias políticas entre todos los líderes políticos mencionados, a ver qué descubren.