Así que resulta que, según un estudio reciente, nuestro cerebro tiene lo que se podría describir como una cucharada de microplásticos y nanoplásticos. Sí, has leído bien. En nuestra cabecita, esa que debería estar llena de sueños y recuerdos, hay un poco de lo que probablemente encontramos en el fondo del mar o en la playa de San José después de un día de viento. Y yo me pregunto: ¿en qué momento decidimos que era buena idea llevar la basura al cerebro?
Recuerdo una tarde con mis amigos en la playa de El Zapillo. Estábamos disfrutando del sol y del mar, cuando uno de ellos, con su humor característico, empezó a contar cómo había encontrado un trozo de plástico flotando entre las olas. "Mira", dijo mientras señalaba el agua cristalina, "¡ahora el océano también tiene su propio buffet libre de plásticos!" Nos reímos, pero en el fondo sabía que había algo inquietante en esa broma. Ahora entiendo que no solo los peces están sufriendo por nuestra falta de conciencia; parece que nosotros mismos nos estamos sirviendo un plato bastante desagradable.
La cuestión es: ¿cómo evitamos que nuestra salud mental y física se convierta en un cóctel tóxico? Primero, creo que debemos ser conscientes de lo que consumimos. En Almería tenemos la suerte de contar con productos frescos y locales. Así que cuando voy al mercado a comprar frutas y verduras, trato siempre de elegir aquellas que no vienen envueltas en plástico. Mis abuelos siempre me decían: "Lo natural es lo mejor". Y tienen razón; además, apoyar a nuestros agricultores locales es una forma maravillosa de cuidar nuestro entorno.
También está el tema del agua. Aquí en Almería somos afortunados por tener acceso a agua potable (aunque a veces parezca más escasa que las lluvias). Sin embargo, muchos optan por comprar agua embotellada sin pensar en las consecuencias. Me acuerdo de una vez en la que fui a una cena con unos amigos y uno trajo botellas de agua desechables. Le dije: “¡Pero si aquí hay grifo!” La mirada que me lanzó fue digna de película; parecía como si le hubiera propuesto comer tierra. Pero al final cedió y todos disfrutamos del agua fresca sin plástico.
Y no olvidemos la ropa. Esa moda rápida tan tentadora puede parecer inofensiva, pero cada vez que lavamos esas prendas sintéticas estamos liberando microfibras al medio ambiente y, adivina qué... ¡a nuestros cuerpos! Así que he decidido hacer un esfuerzo consciente por elegir ropa sostenible y apoyar marcas locales como las tiendas vintage del centro histórico donde puedes encontrar verdaderas joyas sin contribuir al problema.
A veces siento que estamos atrapados en un ciclo vicioso donde nos llenamos la cabeza (y el cuerpo) con cosas innecesarias mientras ignoramos lo esencial: cuidar nuestro entorno y nuestra salud. Así que propongo algo radical: dejemos esos plásticos fuera de nuestras vidas tanto como sea posible. Seamos más creativos con nuestras elecciones diarias.
En resumen, si queremos evitar esa cucharada indeseada de microplásticos en nuestro cerebro (y ni hablar del resto del cuerpo), empecemos por hacer pequeños cambios. Desde optar por productos locales hasta rechazar el plástico innecesario, cada paso cuenta. Después de todo, no quiero ser parte del menú del buffet libre del océano ni cargar con el peso extra en mi cabeza.
¡Aquí no queremos plásticos! Vamos a llenar nuestras vidas con experiencias memorables y saludables… ¡y dejemos los plásticos para las olas!