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#28F

Discurso de la presidenta del Parlamento Andaluz con motivo del Día de Andalucía
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Discurso de la presidenta del Parlamento Andaluz con motivo del Día de Andalucía

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Discurso de la presidenta del Parlamento Andaluz, Marta Bosquet, con motivo del 28F Día de Andalucía.

Estimados andaluces y andaluzas:

Hoy conmemoramos un 28 de febrero muy diferente. La jornada festiva, alegre, con que cada año celebramos el orgullo de ser andaluces, en esta ocasión se torna en una efeméride mucho más triste. Marcada por la pandemia y por el dolor en miles de familias.

Todo lo que dábamos por sentado se ha vuelto vulnerable. Puede que haya sido el año más difícil de nuestra vida, con algunos de los momentos en los que hemos sentido más miedo. Miedo por nosotros y por nuestros seres queridos.

Meses en los que lo normal, lo cotidiano, se ha convertido en extraordinario. Y en los que hemos comprendido todo el valor de un beso, de un café juntos o de una reunión con amigos cuando de pronto no podíamos reunirnos ni vernos. Cuando ya no podemos abrazarnos.

Hoy nos acordamos especialmente de los que se han ido, de las víctimas de una pandemia que ha arrancado miles de vidas en nuestro país y millones por todo el mundo.

Y honramos su memoria con un gesto sencillo, pero lleno de profundo significado: una ofrenda floral en nombre de todo el pueblo andaluz a sus fallecidos.

Este 28 de febrero nos faltan abuelos. Nos faltan padres, hermanos, amigos; faltan también hijos. Es la estela negra del paso de un virus que ha sacudido nuestra vida desde los cimientos.

El peor recuerdo de esta pandemia será sin duda esas ausencias en nuestra mesa, faltas en miles de hogares que nadie podrá reponer. Los de familiares y amigos que no pudimos velar, que no pudimos enterrar, y a los que tenemos que dejar partir con la tristeza inmensa de no poder despedirnos.

En nombre de los representantes públicos del pueblo andaluz, quiero haceros llegar nuestro mensaje de cariño. Comprendemos vuestro vacío y os acompañamos en el dolor. Compartimos vuestra pérdida y estamos con vosotros, porque el homenaje de Andalucía hoy es a ellos. Siempre estarán en nuestro recuerdo. No los olvidaremos.

Desde el corazón autonómico de nuestra tierra en este día tan señalado, me dirijo también a quienes seguís luchando contra el coronavirus en los hospitales o en casa. Os mandamos todo nuestro ánimo y mucha fuerza. Por persistente que sea la covid-19, los profesionales sanitarios siguen salvando a miles de personas cada día.

Y nuestro recuerdo y apoyo a quienes aún conviven con las secuelas de la enfermedad tras superar la infección, con la confianza de que cada día se conoce un poco más sobre el virus y el anhelo de que lo superaremos definitivamente.

En ese propósito contamos con una de las herramientas más valiosas del ser humano para encontrar soluciones a nuestros problemas. La ciencia lo ha vuelto a hacer una vez más en la historia y se ha echado el peso de los desafíos del mundo.

Sin las vacunas, todo sería aún más duro, con más muerte y menos esperanza. Pero miles de científicos por todo el planeta han volcado sus conocimientos en un objetivo común: dotar de esa esperanza a la humanidad.

Ha sido un esfuerzo colosal e inédito, de trabajo contrarreloj jornada tras jornada durante meses para hallar un arma con la que poder enfrentarnos a un enemigo demasiado poderoso.

Esa entrega de los científicos está salvando millones de vidas. Y nos recuerda que desde sus laboratorios, desde sus facultades y desde sus centros de trabajo hacen retroceder cada día las fronteras de lo imposible.

Una dedicación que debemos cuidar entre todos, instituciones, empresas y sociedad civil, impulsando un ecosistema investigador sólido. Con una financiación adecuada que potencie el abundante talento que se da en nuestra tierra, del que en estos meses hemos visto importantes muestras en la lucha contra el virus. Como los estudios con vitamina D en Córdoba o el desarrollo de respiradores andaluces en tiempo record.

Porque apostar por los hombres y mujeres de ciencia es ayudarles en su misión para que puedan seguir poniendo luz al futuro de la humanidad.

Sin embargo, hasta que la vacunación sea una realidad para la mayoría de la población, la parte más importante aún depende de nuestro compromiso diario con la prevención y la prudencia. Es, por tanto, fundamental insistir con todas mis fuerzas en la necesidad de que sigamos siendo responsables.

El virus mata, sigue matando cada día. No lo convirtamos solo en cifras lejanas de personas sin rostro; no nos acostumbremos a transformar en normal lo que es una tragedia diaria. Mata cerca de nosotros. Mata en nuestras ciudades, en nuestro barrio. Y cuanto más se expande más vidas siega.

Por eso es imprescindible responder desde la unidad a un compromiso esencial, un deber humanitario. Cuidarnos a nosotros es también la mejor manera de cuidar a los demás y la mayor muestra de solidaridad.

Sé que no es fácil tras un año entero cumpliendo restricciones y quedándonos en casa, que estamos cansados, pero no podemos relajarnos. Sigue siendo indispensable ser prudentes. Con ello frenaremos esta ola de dolor.

Porque la llamada a la responsabilidad nos vincula a todos, absolutamente a todos. Cada uno de nosotros, desde sus circunstancias, puede contribuir con sus acciones cotidianas a minimizar la propagación del virus.

La vida es el bien más preciado que tenemos. No concibo una razón más imperiosa para apelar a la responsabilidad que la de que en nuestra mano esté evitar más muertes. Seamos responsables, por favor. Salvemos vidas.

Y justo esa determinación ha sido el compromiso y el desvelo de los profesionales sanitarios. Médicas, enfermeros, auxiliares y personal de apoyo que se han enfrentado cara a cara al virus durante turnos interminables, arriesgando sus vidas para hacer todo lo que podían, y aún más, defendiendo la nuestra.

Sin ellos, nada hubiera sido posible.

No solo han combatido una enfermedad violenta y desconocida, sino que lo han hecho en unas circunstancias de presión, de urgencias sin descanso, que amenazaba con el colapso de nuestro sistema sanitario. Un servicio esencial que ha resistido, sobre todo, gracias a su labor.

Por eso han dado la voz de alarma una y otra vez y han clamado para que tomáramos conciencia del verdadero peligro del virus. De su cara más cruel y terrorífica, que se hacía patente en la soledad de las camas de hospital consumiendo los días finales de tantas personas.

Los sanitarios han cumplido incondicionalmente con su deber en primera línea no siempre con la protección adecuada, no siempre con el material necesario, y comprobando cómo muchos compañeros caían contagiados. Una situación de agotamiento a la que han respondido con una actitud profesional memorable, dando mucho más de lo exigible y volcándose en una asistencia de calidad y humana excepcional.

Porque han sido las manos de los familiares que no podían estar con los enfermos. El cariño en el momento de mayor soledad. El vínculo con la vida cuando todo peligraba y la última compañía de quienes no pudieron seguir luchando.

Sí, son héroes. Pero también ciudadanos que vuelven a casa tras jornadas agotadoras expuestos al virus y lo tienen que hacer con miedo a contagiar a sus familias.

Por eso son más que héroes: son sanitarios que han elevado a lo más alto el sentido de la profesión que escogieron para recordarnos el valor extraordinario de su vocación: defender cada vida a pesar de todo.

Gracias por tanto. Un agradecimiento que es de toda la sociedad y que generó el reconocimiento más sincero en forma de aplausos. Eran ovaciones con las que hacíamos llegar nuestro calor a quienes se enfrentan cada día al virus, pero también el gesto colectivo que nos conectaba a los demás, que nos reunía en la esperanza. Esas palmas pusieron el ritmo a un corazón que late unido. Esas palmas pusieron sonido a la solidaridad.

Porque si algo se ha expandido más rápido que el virus ha sido la solidaridad.

Desde el primer momento los ciudadanos han dado lo mejor de ellos mismos para ayudar a quien lo necesitaba. Jóvenes que se ofrecían en las tareas de los mayores, vecinos que se organizaban para cooperar, empresarios que ponían sus recursos a disposición de las ciudades y miles de personas dispuestas a echar una mano donde hiciera falta. Incontables muestras de apoyo que son la mayor riqueza de nuestra convivencia en sociedad.

No sé si esta situación nos ha hecho más fuertes, pero sí más humanos, más conscientes de nuestra fragilidad. Y entre tanto dolor nos ha dado la oportunidad de volver a valorar lo realmente importante: cuidar los unos de los otros para no dejar a nadie atrás.

Pero además de la dedicación de los voluntarios en cualquier rincón de nuestro país, la mayor muestra de solidaridad y compromiso continuo ha estado en el día a día de profesionales en todos los sectores.

Ciudadanos que han sacado adelante su trabajo a pesar de las dificultades y las limitaciones. Con ello han garantizado el abastecimiento y asegurado los servicios esenciales incluso en los momentos más inciertos de la pandemia. Por eso nuestro agradecimiento también es para cada uno de ellos.

Porque han sido imprescindibles sanitarios para curarnos, pero también trabajadores de supermercado, transportistas, profesoras, comerciantes, farmacéuticas, cuidadores o agentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad.

Igual de importantes que trabajadores de la limpieza que se afanan en la desinfección, periodistas que nos han mantenido informados y operarios de todos los servicios para que las ciudades sigan funcionando.

Y, por supuesto, han hecho falta nuestros agricultores, ganaderos y pescadores; trabajadores del campo y de la mar que han abastecido de alimentos las despensas cuando las cadenas de distribución se ponían al límite.

Todos estos y estas profesionales, y tantos otros, se han esforzado sobreponiéndose a las dificultades para cumplir con su deber y mantener la actividad. Y gracias a esa labor silenciosa han evitado una catástrofe aún mayor cuando todo podía pasar y que el mundo se detuviera definitivamente.

Sin embargo, y a pesar de ese compromiso reiterado durante meses, muchos profesionales no saben cuánto tiempo más podrán aguantar tras el año de pandemia. Porque, como desgraciadamente la realidad ya ha contrastado con datos, a la crisis sanitaria le sigue una conmoción económica.

El impacto ha recorrido todos los sectores productivos y ha supuesto que miles de empresas desaparezcan o estén a punto de hacerlo, con la consecuencia de que cientos de miles de empleos ya se hayan destruido en nuestro país. Un drama para muchas familias que pierden su fuente de ingresos y para las que el futuro se vuelve de nuevo un motivo de preocupación.

Así como para los miles de ciudadanos que aún están en una situación de ERTE, con la incertidumbre instalada en sus vidas al no saber qué será de su puesto de trabajo en los próximos meses.

Es una crisis que golpea a todos, pero que se ensaña especialmente con mujeres y jóvenes, los perfiles de trabajadores más castigados por la destrucción de empleo. Porque si la tasa de paro general es preocupante y las cifras de desempleo femenino se han vuelto indefendibles, el nivel de paro juvenil es directamente insostenible, hipotecando el futuro de los jóvenes e impidiéndoles poder comenzar su propio camino.

Y es un desastre también para muchos empresarios y emprendedores, que tras la caída de la facturación o meses directamente cerrados se enfrentan a la quiebra.

Miles de autónomos están hoy al borde de la ruina. Lucharon durante años con ilusión por un proyecto, por una idea, y con sus ganas de sacarlo adelante se convirtieron en impulsores de empleo y progreso.

Algunos continúan aún cerrados, preguntándose si podrán retomar algún día sus sueños. Otros, los que se mantienen abiertos limitados por las restricciones, siguen pagando sus cuotas incluso tras meses de pérdidas o de vender bajo mínimos.

Detrás de cada negocio que cierra hay una historia. En ocasiones, la historia de toda una vida. A veces, de varias generaciones. Una desgracia económica y sentimental para familias enteras y un desastre para nuestra comunidad y el país.

Tenemos que apoyarles, no dejar que caigan. Son la base de nuestro tejido productivo y el músculo de creación de empleo. Sin emprendedores, sin gente que arriesga su capital, su tiempo y su energía en sacar adelante proyectos, no hay progreso, y tampoco un buen futuro. En que puedan superar esta crisis va también nuestra fortaleza como sociedad y las oportunidades de los próximos años.

Y permítanme detenerme en uno de los sectores que simboliza como pocos la sacudida que ha supuesto la pandemia, causando estragos en toda una industria a la vez que la hacía más necesaria que nunca.

La cultura se ha demostrado un bien imprescindible, una fuente de emociones que nos ha hecho reír, llorar, distraernos y soñar. Y que nos ha permitido sentirnos cerca estando lejos, compartiendo diversión y belleza. Porque la sanidad nos ha cuidado la salud, pero la cultura nos ha cuidado el alma.

Dándonos un punto de apoyo en días que se repetían, planes durante el encierro y elevándonos sobre la rutina del aislamiento. Cuando el confinamiento reduce nuestro espacio, la cultura ensancha nuestro mundo.

Pero la cultura, nuestra cultura, son sobre todo los artistas, creadores y técnicos que hacen posible los espectáculos. Una industria completa que ha estado paralizada durante meses, y muy limitada aún, y que constituye uno de los colectivos profesionales que peor lo están pasando.

Con los teatros y tablaos cerrados, los eventos cancelados y las salas clausuradas, algunos lo han perdido casi todo.

No podemos olvidarnos de ellos. Apoyar a nuestros creadores es defender una cultura fuerte, tener voz propia.

Consumamos cultura, porque es segura. Salvemos una industria única, una industria necesaria; la única industria que habla de nosotros.

Para muchos sectores, la pandemia ha supuesto un frenazo en seco en su actividad. Pero para otros, algunos muy importantes en nuestra economía, la nueva crisis que trae consigo el coronavirus viene a agravar una situación ya de por sí preocupante.

Hace un año, los agricultores se manifestaban por toda España para exigir algo que es de justicia. No pueden mantener sus explotaciones si los precios que les pagan a veces ni siquiera cubren unos costes de producción crecientes. No pueden ser siempre el eslabón más débil de la cadena.

Sin embargo, al llegar la pandemia detuvieron inmediatamente sus protestas y se volcaron con el resto de la sociedad de la mejor forma que podían: sacando adelante las cosechas cuando eran más necesarias, además de colaborar con su maquinaria en las tareas de desinfección en muchos pueblos de nuestra geografía.

Han trabajado como siempre, sin descanso; pero ante unas dificultades como nunca, cercados por las limitaciones, los contagios y la incertidumbre, para que en ningún momento faltaran productos frescos en nuestra mesa.

Pero a pesar de la profesionalidad y el compromiso que han demostrado, sus problemas no han desaparecido, enfrentándose a las mismas dificultades para mantener sus cultivos y seguir trabajando la tierra.

Ahora vuelven a reclamar nuestra atención desde su situación límite. Debemos escucharles. Ellos no nos han fallado en todos estos años, y especialmente en este tan difícil. No podemos fallarles ahora nosotros. Porque su reivindicación, la del campo de Andalucía, también es la nuestra.

En los pueblos y ciudades, entre jóvenes y mayores, sobre cualquier ocupación o forma de vida, esta crisis nos afecta a todos de una u otra forma. Y la única manera de superar el enorme desafío común es unidos. Solo saldremos adelante juntos.

Tenemos que avanzar de la mano, porque desgraciadamente el coronavirus aún está desplegando otro de sus efectos más duros: las consecuencias sociales.

El empeoramiento de la situación económica y la escalada del paro ha multiplicado las necesidades. Personas que hace unos meses tenían recursos suficientes para vivir sin apuros, ahora han llenado su vida de privaciones o se han visto obligados a solicitar ayuda para sacar adelante a sus familias.

Los bancos de alimentos y muchas asociaciones ya han dado la voz de alarma. Están desbordados ante el incremento de las peticiones.

Este aumento del riesgo de pobreza multiplica a su vez otros muchos problemas sociales, acentuando la desigualdad entre ciudadanos. Problemas de exclusión y marginación, de precariedad, de adicciones, de abandono escolar. También de soledad, porque la pandemia no solo agrava situaciones desfavorecidas, sino que ha puesto al descubierto nuevas realidades.

Y además ha empeorado la condición de personas que pueden quedar gravemente desprotegidas. Como en los casos de violencia de género, con mujeres que han tenido que convivir encerradas durante meses con su maltratador, instalando el miedo en cada hora de sus vidas.

O las personas con discapacidad, más sensibles a cambios tan bruscos en el día a día y que se enfrentan a nuevas barreras y restricciones que condicionan su autonomía.

También las personas dependientes, que sufren de una u otra forma una limitación en los servicios de asistencia y cuya atención se ha llenado de nuevos obstáculos.

Así como nuestros mayores, con quien más se ha cebado el virus en las residencias o en sus casas. Poniendo bruscamente un final, a veces en soledad, a toda una vida de trabajo y de experiencia.

Y los expertos ya avisan de otra de las secuelas menos visibles, pero que va a afectar ampliamente a la sociedad tras meses de ansiedad, miedo y pérdidas: el empeoramiento de la salud mental de la población. Un serio problema que perjudica gravemente la felicidad de muchas personas.

Es decir, estamos verdaderamente, y para todos, ante uno de los momentos más difíciles y preocupantes de nuestra historia. En el que las decisiones que tomemos estos meses van marcar los próximos años, y posiblemente las próximas décadas.

Y en el que la llamada a estar unidos, a cooperar, a arrimar el hombro, no es solo un recurso literario en un discurso, es una necesidad.

Lo más urgente ha sido reforzar lo prioritario: la sanidad, la educación y las políticas sociales. No solo las columnas fundamentales de nuestro sistema del bienestar, sino los principales mecanismos para la igualdad de todos los ciudadanos.

Pero no podemos relajarnos ni caer en la autocomplacencia mientras haya personas que lo están pasando mal. Tenemos que mantenernos firmes en el propósito de que la reconstrucción debe ser económica y social.

Ante la adversidad, ante los desafíos, es más necesario que nunca instituciones fuertes, garantía de los derechos de los ciudadanos. Para que esta crisis no se lleve también por delante nuestra convivencia en democracia.

Para que el dolor, la incertidumbre y el miedo no sean caldo de cultivo de los enemigos de la justicia y la libertad. Para que la crispación no se convierta en el mejor aliado de quienes quieren debilitar nuestro sistema constitucional o de los que apuestan por la división y la ruptura.

Porque la democracia también necesita ser defendida, lo que es tanto como defender la igualdad y el estado de Derecho. Defendida de problemas antiguos y frente a amenazas nuevas avivadas por el populismo y el desencanto.

A esa tarea urgente estamos todos convocados. Y especialmente nosotros: los representantes públicos, servidores de los ciudadanos.

Tenemos una responsabilidad histórica con Andalucía, con España y con la democracia: la de recuperar la confianza en las instituciones en lugar de alimentar la desafección. Es necesario tender puentes, buscar consensos y lograr acuerdos para ofrecer respuestas y superar unidos el desafío.

Hoy, en este 28 de febrero, los 109 diputados elegidos por el pueblo andaluz constituimos de nuevo un pleno presencial completo. Y lo hacemos para conmemorar lo que nos une: Andalucía.

Defendemos ideas diferentes, y esa es justamente nuestra riqueza. Porque la democracia es el sistema que no esconde la pluralidad, sino que la reúne para buscar puntos de acuerdo sobre los que edificar entre todos una sociedad mejor.

Somos más fuertes construyendo desde el diálogo. Es el momento de cooperar con lealtad y espíritu constructivo para alcanzar juntos una democracia más sólida, una sociedad más unida y un futuro más próspero.

Estemos a la altura del sacrificio de los ciudadanos en estos momentos tan difíciles. No les fallemos. Porque la pandemia nos ha golpeado fuerte, es cierto, pero la democracia es el mejor sistema para sanar las heridas.

Esta aspiración democrática, este mandato a no dejar a nadie atrás, este deseo de ser una tierra de oportunidades, es el propósito por el que nació Andalucía.

Hace cuatro décadas, los andaluces forjamos nuestra autonomía desde el proyecto de convivencia que es España. Lo hicimos afianzando la democracia sobre los principios de libertad, igualdad y dignidad del pueblo andaluz.

Los ideales impulsores de nuestra historia, los valores que inspiraron la autonomía, nos convocan ahora a reconstruir nuestra comunidad y abrir camino a Andalucía tras este año tan duro.

El reto no es otro que recuperar la normalidad. Recomponer la economía y los empleos, atender a quien peor lo está pasando y dejar atrás la amenaza constante que restringe nuestra vida.

Poder ser libres para disfrutar de lo más sencillo: compartir la vida con nuestros seres queridos. Para reír juntos y celebrar con amigos. Para que los nietos vean a sus abuelos cientos de veces. Y, sobre todo, para volver a abrazar sin miedo.

Porque hay esperanza.

Frente a un virus que amenaza con separarnos, la esperanza nos une. Andalucía tiene raíces para avanzar hacia el futuro con firmeza. Tiene capacidad y talento. Y tiene la voluntad del pueblo andaluz por alcanzar sus sueños.

No vamos a caer en la resignación, como no lo hicieron los andaluces que nos precedieron ante los desafíos de su tiempo.

Construimos sobre lo que ellos construyeron. Creamos sobre lo que ellos crearon. Y estamos llamados a continuar recorriendo esa senda guiados por los ideales de aquellos hombres y mujeres de luz.

Para reconquistar la alegría y dejar atrás al miedo. Para recuperar el futuro. Para que Andalucía sea y siga siendo siempre una tierra de igualdad, de oportunidades y de libertad.

Avancemos juntos.

Feliz día, Andalucía.

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