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Educación para la ciudadania

Por Moises Palmero Aranda
martes 02 de junio de 2020, 13:26h

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El próximo 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente y, como el resto de las efemérides, solo tiene un valor simbólico, una buena manera de generar debate, reflexión, análisis, de provocar el cambio, de crear sinergias, de razonar sensaciones, de contrastar datos, de resolver dudas, de desmentir bulos, noticias interesadas, de señalar, visibilizar, reconocer las malas, y las buenas, practicas.

Cada uno enfocará el debate desde un punto de vista diferente. Unos lo harán desde la lógica, la razón, el pragmatismo y se dedicarán a mostrar la importancia de la conservación del entorno para la supervivencia humana, otros apelarán a las emociones mostrándonos la belleza de la biodiversidad de especies y ecosistemas del planeta, otros desde la ciencia señalando evidencias demostradas con cifras y datos acumulados en décadas, otros aportarán una visión crítica, reivindicativa, remarcando las continuas barbaridades que hacemos y la falta de tiempo para reaccionar. No faltarán los resignados, los que quieren y no saben, los que saben y no quieren. Incluso escucharemos a los negacionistas, a los terraplanistas, a los doctrinarios, a los neoliberales, a los hipócritas que apoyan sus argumentos en pseudociencias, en balances económicos y en disparatadas especulaciones conspirativas para intentar demostrar que las teorías de Darwin son solo ciencia ficción.

Personalmente, si fuese un verdadero debate, con el ánimo de buscar soluciones, sería fabuloso, pero por desgracia no lo es. Estamos acostumbrados a tener que exponer nuestros argumentos posicionados desde la cúspide de nuestra verdad absoluta, porque sabemos que no se nos escuchará, que se utilizará cualquier excusa para desprestigiar el mensaje del otro.

El gran problema de nuestra sociedad, no solo el del medio ambiente, es que no sabemos debatir, escuchar y presentar nuestros argumentos. Lo hemos visto estos días en nuestros representantes políticos, lo vemos en las escuelas, en las Universidades, en las calles, en las casas, en nuestro grupo de amigos. No aceptamos las opiniones de los demás, no tenemos capacidad de autocritica, de aceptar la diversidad, de respetar al que no piensa igual que nosotros.

Un ejemplo de ello fue el intento de incluir en nuestro sistema educativo una asignatura que cumpliese las recomendaciones del Consejo de Europa, para que se hiciese de la educación para la ciudadanía democrática un objetivo prioritario de las políticas y reformas educativas.

En 2006, de acuerdo con la LOE, se aprobó por Real Decreto la asignatura Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos, que tenía como objetivo “favorecer el desarrollo de personas libres e íntegras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal, la libertad y la responsabilidad y la formación de futuros ciudadanos con criterio propio, respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía de forma eficaz y responsable”. Nada más y nada menos.

Apenas duró diez años y fue atacada desde múltiples frentes, llevada a los tribunales, hasta que hubo un cambio de gobierno, que derogó, una vez más, la Ley de Educación e hizo un amago de modificar la asignatura llamándola Educación Cívica Constitucional. Como no hubo consenso, acuerdo, ni ganas de sacarla adelante, esa asignatura que era obligatoria pasó al cajón de las materias transversales, o sea al criterio del centro educativo y del profesor de turno.

No me importa quién hizo y quién deshizo, si lo hicieron con razón o sin ella, solo destaco el hecho de que carecemos de conciencia ciudadana porque ni para estructurar una asignatura nos ponemos de acuerdo. Si vuelven a leer los objetivos de la asignatura maldita, verán que son los mismos valores que nos han pedido, por activa y por pasiva, durante esta pandemia. Los mismos que nos ayudarían a solucionar los problemas de género, de desigualdad, de diversidad, de pobreza, del medio ambiente…

Si fuésemos más conscientes de que todo parte de cada uno de nosotros estaríamos en disposición de ganar muchas batallas que nos están debilitando, dividiendo, empobreciendo, destruyendo como sociedad. Nos sobran banderas y nos falta dialogo, participación, compromiso, respeto y educación cívica, ciudadana.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.