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El alma de los peones

Por Moises Palmero Aranda
lunes 27 de abril de 2020, 12:44h

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El silencio de ayer de los balcones y la denuncia por un delito contra la seguridad de los trabajadores, que el Consejo de Enfermería ha interpuesto ante el Supremo a varios representantes políticos, viene a demostrarnos que nuestros sanitarios, la primera línea de defensa ante el coronavirus, no se sienten héroes, sino mártires que han aceptado, resignados, sufrimientos, injusticias o privaciones para llevar a cabo su tarea.

En realidad no quieren ninguna etiqueta salvo la de profesionales que han hecho su trabajo, como los camioneros, las fuerzas de seguridad, los cajeros del supermercado, los farmacéuticos, y tantos otros que nos han hecho pasar esta cuarentena sin privaciones.

Tampoco quieren que se hable de guerra, y quizá tengan razón, pero desde que empezó todo, me dio la sensación, y será porque estaba leyendo a Posteguillo, que estos trabajadores esenciales eran mandados a la primera línea del frente para defender, y engrandecer, el Imperio, mientras los cesares y emperadores dirigían, manejaban, desde lo alto de la planicie, sus fuerzas, sus piezas. Sobre la sangre de los legionarios se erigió Roma, que terminó desangrándose por la avaricia y corruptelas de sus políticos, más preocupados por el poder personal que el de los ciudadanos.

La diferencia es que aquellos legionarios estaban muy bien pagados. Es cierto que los primeros siglos de Roma no era así. Cada uno se compraba sus defensas, sus armas, y la guerra, cuando los enemigos y las ambiciones eran menores, era un complemento a su vida de campesinos. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que para dominar el mundo, debían profesionalizarlos, darles una buena paga y todo lo que necesitaban para ir a la batalla. Los emperadores que consiguieron que Roma dominara el mundo, fueron los que cuidaron a sus legiones, los que lucharon junto a ellos, los que reconocieron su valor, su esfuerzo, no solo con vítores y palmaditas en la espalda. Los que olvidaron que su poder residía en sus tropas, los que no dieron ejemplo en el campo de batalla, los que racanearon en su agradecimiento por sus sacrificios, por su valentía, no duraron mucho.

Lo sé, a la mayoría no le gustará la comparación, pensarán que está fuera de lugar. Nuestros trabajadores esenciales no son legionarios, ni estamos en guerra, pero si nuestro Presidente utiliza conceptos bélicos es que, esta crisis sanitaria, desde nuestro gobierno se está afrontando como si lo fuese. Y las tropas se le están rebelando. Han perdido la fe en su líder, porque no lo sienten junto a ellos en el cuerpo a cuerpo, porque los arenga desde su caballo con su toga purpura impoluta, pero no los escucha, no atiende sus necesidades, y los manda a luchar con sandalias roídas, con cucharas de madera, a pecho descubierto. La primera línea, los esenciales, solventaron la falta de recursos con entusiasmo, con vocación, por el ánimo y el apoyo de sus conciudadanos, pero el tiempo, el sobreesfuerzo, sus compañeros caídos, la indolencia e incapacidad de sus gobernantes, desbordados por la situación, los está poniendo al límite.

La historia pondrá a cada uno en su lugar, pero tengo la esperanza de que esta crisis sanitaria, sea recordada como el momento donde los peones se rebelaron, cuando entendieron, que como decía Philidor, son el alma de la partida, y que tenían la posibilidad de coronarse, convertirse, en lo que ellos quisiesen ser, un ejército de damas, de caballos, de alfiles. Quizá este sea el momento de cambiar las reglas del juego, de olvidarnos de proteger al rey, que como siempre ha permanecido impasible en el centro del tablero, esperando el momento de atacar, y encabezar la victoria, o comenzar su huida, y achacar su derrota a la falta de pericia de sus generales, de su tropa.

Se acerca el dos de mayo y su espíritu está más vivo que nunca. El pueblo luchando contra la ocupación, todos a una, esperanzados por un futuro mejor. En nuestras manos está cambiar las reglas del juego, olvidarnos de la dependencia de los mercados, de la globalización, de dejarnos la vida defendiendo algo en lo que no creemos y que nos lleva a la destrucción. Reclamemos la posición que nos hemos ganado, la libertad de elegir, la oportunidad de construir otro mundo más justo, la ocasión que se nos ha ofrecido, lo aprendido, para recuperar el alma de los peones.

No, no estamos en guerra, pero que la sangre derramada no sea en vano.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.