Es posible que no me crean, pero yo se lo cuento. El pasado sábado, en una cena con amigos, salió el tema de la recuperación de La Hoya y su eventual uso como escenario para conciertos y actos culturales este verano, lo que proporcionaría un entorno realmente deslumbrante, entre las murallas iluminadas de La Alcazaba y San Cristóbal. Todo el mundo coincidió en valorar eso que ahora los cursis llaman “marco incomparable” y mis amigos, simplemente, como un lugar fantástico que podría ser uno de los mejores auditorios de España. Pero como uno siempre tiene la tendencia de ponerse en lo peor cuando se trata de la opinión publicada en Almería, advertí que lo mismo aparecían los de la pancarta protestando por las molestias que se les podrían causar a los animales de la reserva sahariana que hay un poco más atrás. Hubo risas y descreimientos, pero todos nos equivocábamos: ya han aparecido.
Hoy mismo tenemos en la prensa los primeros avisos al personal para que empiece a calentar por la banda, porque dicen los del centro de recuperación que el sonido de los conciertos podría causar “estrés y nerviosismo” a las gacelas. Pobrecillas. En esas laderas jamás se ha escuchado música a fuerte volumen. Y claro, imagino ya al comando pancartista almeriense preparando lemas y buscando la mejor ocasión para la performance habitual de coros y danzas, porque eso de celebrar conciertos que recuperen socialmente un zona degradada, que refuercen la oferta cultural y turística de Almería y que generen empleo a la hostelería y a todo un sector profesional (montadores, técnicos de luz y sonido, azafatas y vigilantes) que lleva desde marzo sin ver un duro, es una afrenta intolerable a la paz de las cabras saharianas y no podemos consentirlo. Y si además tenemos la suerte de que el tema prenda en redes sociales y se cree una plataforma tipo “Salvemos a las gacelas”, miel sobre hojuelas. ¡Para qué queremos más!
Y es que nuestra amada Coral Vajillas de Duelos y Quebrantos es, como dice el Cantar de los Cantares, “semejante a una gacela o a un cervatillo”, porque se detiene detrás de los muros, mirando por las ventanas y atisbando por las celosías, a ver por dónde puede meter el cuerno. Cuando no es el patrimonio histórico que conviene (el Pingurucho es patrimonio, pero la Casa Consistorial no) es el bestiario habitual de la florifauna políticamente correcta. Esto podrá parecer una broma, pero en Almería hemos tenido paralizadas durante años obras de las que dependía el sustento de miles de seres humanos por el bienestar del sapo leproso o la tortuga mora y otros que ahora no recuerdo, que no digo yo que no sean importantes criaturitas del Señor, pero que también lo son las familias de los empresarios y transportistas almerienses que necesitaban las autovías como el comer.
En este caso, lo que parece atisbarse entre la celosía de la actualidad es un nuevo intento, otro más, de paralizar o poner trabas a toda iniciativa municipal susceptible de empancartamiento preventivo. Y todo el mundo tiene derecho a manifestarse (yo también) y a incomodarse y a protestar, pero cuando son siempre los mismos, con las mismas justificaciones de siempre y siempre contra los mismos proponentes, no hace falta tener la agilidad de una gacela para pegar un brinco y deducir que esto ya canta mucho y que tras el velo de la ecología lo que aparece no es el rostro de la amada, sino la cara más fea de la política más rancia.