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El chorizo y Revilla
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(Foto: DALL·E ai art)

El chorizo y Revilla

Por Rafael M. Martos
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martes 15 de abril de 2025, 06:00h

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Hay cosas que marcan una generación. Para muchos que peinamos canas, decir "Revilla" era transportarse instantáneamente a la infancia o juventud, tarareando aquello de "¡Chorizos Revilla, un sabor que maravilla!". Aquel anuncio, simple pero pegadizo, convirtió a la marca de embutidos en un icono popular. Las tripas de chorizo Revilla, gracias a la magia de la televisión primeriza, se colaron en nuestras casas y en nuestro imaginario colectivo. El apellido Revilla era, sin duda, sinónimo de un buen bocata (luego llegaría la margarina para evitar eso de "yo solo me como lo de dentro").

Pero el tiempo y la política tienen estas cosas. Quién nos lo iba a decir. De aquellos chorizos, que al menos sabíamos a qué sabían, pasamos a asociar el apellido Revilla a otro manjar, más sofisticado quizás, pero igualmente representativo: las anchoas del Cantábrico. El artífice de este rebranding involuntario no fue otro que Miguel Ángel Revilla, el incombustible (ex)presidente de Cantabria. Su estrategia de marketing personal, tan campechana como efectiva, consistía en regalar latas de anchoas a diestro y siniestro. Presidentes del Gobierno, ministros, periodistas y, cómo no, el entonces Rey de España, Juan Carlos I, recibían su correspondiente obsequio norteño.

Aquellos eran otros tiempos. Juan Carlos I era el "campechano", el monarca cercano, el héroe inesperado que (según el relato oficial) paró un golpe de Estado aquel 23-F. Revilla, con su gracejo y locuacidad, ejercía de fiel vasallo mediático, encantado de agasajar al Jefe del Estado con lo mejor de su "tierruca". Una simbiosis perfecta: el político regional (no me rindo: en España no existen las regiones desde que tenemos Constitución, pero ya ven, sí partidos regionalistas y comunidades que se denominan región) ganaba visibilidad y el monarca reforzaba su imagen de hombre afable y conectado con la España autonómica.

Pero la historia, caprichosa ella, dio un vuelco. Los méritos que adornaban la figura del Campechano empezaron a resquebrajarse, hasta el punto de que muchos ya han pasado de usar el rango de "emérito" que le otorgó su sucesor en la Jefatura del Estado, a colocarle el "d-emérito". Las noticias sobre cuentas opacas en Suiza, fortunas esquivando a Hacienda, amistades peligrosas y "amigas entrañables" supuestamente financiadas con fondos reservados empezaron a llenar páginas de periódicos y horas de radio y televisión. Investigaciones periodísticas serias, rara vez desmentidas y a menudo confirmadas por los hechos (o por regularizaciones fiscales in extremis), dibujaron un panorama desolador.

Y aquí es donde nuestro Revilla, el de las anchoas, cambió el tercio. Fiel a su estilo parlanchín y sin pelos en la lengua, el cántabro no se cortó un pelo. Aprovechando cada micrófono que se le ponía por delante (y créanme, eran y son muchos), empezó a despacharse a gusto contra su antiguo agasajado. Las críticas arreciaron, pasando de la sorpresa inicial a la indignación abierta, reflejando el sentir de buena parte de la opinión pública. Revilla, que nunca fue hombre de callarse, simplemente relataba lo que salía en prensa y añadía su valoración, a menudo con ese tono vehemente que le caracteriza tanto como el bigotón.

La sorpresa, mayúscula, ha llegado ahora: Juan Carlos de Borbón, desde su retiro dorado en Abu Dabi, ha decidido querellarse contra Miguel Ángel Revilla. ¿El motivo oficial? Las "barbaridades" que, según el emérito, ha dicho sobre él. Y aquí es donde la cosa tiene miga. ¿Por qué Revilla y no otros muchos periodistas, políticos o ciudadanos que han expresado opiniones similares o incluso más duras? Resulta incomprensible.

Revilla, en esencia, no ha descubierto la pólvora. Se ha limitado a comentar, con su particular estilo, informaciones publicadas y contrastadas (o al menos, no desmentidas) sobre las andanzas del exmonarca. Juan Carlos I, aunque emérito, sigue siendo una figura pública, cuya vida y actos (especialmente aquellos con posibles implicaciones económicas o éticas pagadas, directa o indirectamente, con dinero público) están sujetos al escrutinio y a la crítica. La pregunta clave es: ¿cómo puede prosperar una querella por difamación u honor cuando las opiniones vertidas se basan en hechos cuya falsedad no ha sido demostrada? ¿Quién asesora a Juan Carlos I para meterse en este jardín?

Lo más probable es que esta maniobra legal consiga justo lo contrario de lo que pretende. Servirá para que, desde la citación para el acto de conciliación hasta un hipotético juicio, todos aquellos escándalos que tanto daño hicieron a la Corona vuelvan a la primera plana. Cada paso procesal será una excusa perfecta para recordar las cuentas en paraísos fiscales, las comisiones, las amantes y todo el rosario de polémicas. Un auténtico tiro en el pie.

Así son las vueltas que da la vida. Hemos vuelto a unir "chorizo" y "Revilla". Pero, sinceramente, aquellos chorizos de anuncio, aunque fueran de ficción publicitaria, nos dejaban bastante mejor sabor de boca.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y "Por Andalucía Libre: La postverdad construida sobre la lucha por la autonomía andaluza". Y también de las novelas "Todo por la patria", "Una bala en el faro" y "El río que mueve Andorra"