Me siento como pez en el agua cuando se trata de abordar temas que nos afectan a todos. Y hoy vamos a zambullirnos en un debate candente: la jornada escolar. Porque, seamos sinceros, nunca llueve a gusto de todos y este asunto es un claro ejemplo de ello.
Por un lado, tenemos a los defensores de la jornada partida, que abogan por una conciliación familiar que, según ellos, se traduce en dejar a los niños más tiempo en el colegio. ¿De verdad creen que con eso se soluciona todo? En Almería, donde el sol brilla casi todo el año y las actividades al aire libre son parte de nuestra cultura, ¿no sería mejor pensar en cómo aprovechar esas horas libres para disfrutar del entorno? La idea de que retrasar el despertador va a mantener la atención de nuestros pequeños durante toda la jornada es tan ilusoria como esperar que llueva en pleno agosto en nuestra costa.
Y luego están los partidarios de la jornada continua, que claman por un tiempo libre por la tarde. Aquí es donde se complica la cosa. Porque si bien es cierto que todos necesitamos un respiro después de horas encerrados entre cuatro paredes (y más aún con el calorcito almeriense), ese tiempo libre muchas veces se convierte en una maratón de extraescolares. ¡Vaya ironía! Buscamos descanso y terminamos corriendo de un lado a otro como locos, sin parar ni un segundo.
En medio de este batiburrillo de opiniones y posturas encontradas, me pregunto: ¿qué dice la ciencia? Hablando con expertos (y no solo con mi vecina del quinto, que también tiene cosas interesantes que contar), parece que el cambio de jornada por sí solo no va a suponer una revolución educativa. Necesitamos acompañarlo con otras transformaciones: metodologías innovadoras, recursos adecuados y sobre todo, escuchar las necesidades reales tanto de estudiantes como de docentes.
Así que ahí lo tienen: un dilema que no tiene respuesta fácil. En Almería, donde disfrutamos del arte del buen vivir y sabemos adaptarnos a las circunstancias (como cuando cambiamos nuestros planes por una tormenta inesperada y entonces improvisamos unas migas), quizás deberíamos aplicar esa misma flexibilidad al debate sobre nuestras jornadas escolares. Quizás lo que realmente necesitamos es encontrar un equilibrio que funcione para todos. Después de todo, ¿no es eso lo que buscamos en esta vida? Un poco más de armonía y menos ruido.
Así que sigamos conversando, debatiendo y buscando soluciones creativas. Porque al final del día, ya sea bajo el sol radiante o ante una lluvia sorpresiva, lo importante es encontrar un camino que nos lleve hacia adelante juntos. ¡Y eso sí que sería algo digno de celebrar!
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