Usamos la expresión coloquial ‘las Claras’ -simpática extensión del nombre de la santa Fundadora a su Comunidad- para que todo el mundo entienda a qué nos referimos, hay quien no identifica a las Clarisas.
Este Monasterio ha tenido una existencia azarosa. Planeado en el siglo XVI, abierto en el siglo XVIII, desamortizado en el XIX, y destruido en el XX. Los franceses y los liberales fueron los artífices del aminoramiento de su huerto, y de la apropiación del edificio con expulsión de sus moradoras, respectivamente. Unos modelos de coherencia en amor a la libertad y por su exquisita tolerancia. La persecución religiosa desatada con la Guerra Civil de 1936 afectó por entero a las monjas, siendo ilegalmente expulsadas de su vivienda que fue incendiada. Terminado el conflicto bélico, las monjas sufrieron serias dificultades hasta reconstruir su Monasterio. Sí, la pulsión incautadora sobre bienes de los católicos caracteriza a los progres patrios. Es tan seductora que ceden a ella otros de diverso parecer. Así, el Ayuntamiento de 1940 pensó expropiar el Monasterio. No llegó a tanto el Gobernador Civil, Rodrigo Vivar Téllez (1940-1942). Queriendo tener un Monumento a los Caídos -objetivo muy respetable-, se adueñó del terreno de las Claras, por las bravas, igualándose en esto a los otros. Pasó el tiempo, y las monjas, asistidas por la justicia y la legalidad, lograron la reconstrucción del edificio con subvención de la Junta de Reconstrucción, en tiempo del nuevo Gobernador Civil, Manuel García del Olmo (1942-1945) y, desde 1946, Manuel Urbina Carrera. Pero a costa de perder su claustro -ahora un patio- y casi toda la planta baja del Monasterio. ¿Con qué derecho? El Ayuntamiento se avino en 1947 a reconocer la propiedad de las monjas sobre los terrenos ahora dedicados al Monumento a los Caídos, integrados en el Monasterio durante tres siglos. Providencialmente, la Corporación Municipal, en los setenta, acabó devolviendo la propiedad de dicha superficie a sus legítimas poseedoras. Afortunadamente, el Monasterio fue declarado BIC con posterioridad.
Cuando se estiman tantas formas de espiritualidad, no cabe hurtar el respeto a nuestras contemplativas. Los espacios verdes, son vitales; los espacios de espiritualidad, esenciales. Las monjas son apreciadas por la población. Se reconoce su constante intercesión por todos, su escucha a los sufrientes, y el alimentar a pobres. Su labor espiritual a ellas las realiza y santifica, y revierte en un beneficio social incalculable. Merece ser favorecida por las instituciones y ciudadanos, por pura salud social, o ecología integral (Papa Francisco).
Por cierto, hace no muchos años cierto concejal barruntaba que, por la crisis vocacional, el Monasterio sería para el Ayuntamiento. Por las trazas actuales, pueden esperar sentados...