El fútbol moderno hace tiempo que dejó de ser solo deporte. Es un negocio, una industria multimillonaria donde los intereses económicos suelen pesar más que los sentimientos de la afición. Y en el caso de la UD Almería, todo apunta a que hemos sido testigos de una operación maestra en la que el club ha sido, simplemente, la llave para un negocio inmobiliario redondo.
El propietario, Turki Al-Sheikh, ya se plantea vender el equipo. ¿Por qué ahora? Porque ya ha conseguido lo que realmente buscaba. No era la gloria deportiva ni el arraigo en la ciudad, sino una jugada mucho más rentable: la compra de terrenos a precio de ganga, su recalificación para la construcción, y el desarrollo de un gigantesco resort a pie de playa bajo la excusa de una ciudad deportiva sin plazos de ejecución.
Cuando Al-Sheikh aterrizó en Almería en 2019, se presentó como el salvador del club. Invirtió en fichajes, modernizó la estructura y, sobre todo, vendió una ambiciosa visión de futuro: la construcción de una gran ciudad deportiva. Un proyecto que ilusionó a la afición, a la administración y a la propia ciudad, pues significaba una apuesta de crecimiento para Almería.
Pero los años han pasado, y la realidad es otra. La UD Almería está en crisis deportiva, coqueteando con el descenso y sin un horizonte claro. Mientras tanto, el terreno adquirido a bajo precio ya está recalificado para la construcción. La ciudad deportiva prometida sigue siendo un espejismo, sin plazos.
Ahora, con el objetivo económico cumplido, el dueño ya no necesita al equipo. La posible venta de la UD Almería no es más que el último paso de una estrategia planificada desde el principio: comprar barato, recalificar y vender caro.
No es la primera vez que el fútbol se usa como un trampolín para negocios inmobiliarios. Se ha visto en otros clubes donde empresarios con poco interés en lo deportivo han aprovechado la pasión de la afición para cerrar operaciones mucho más rentables que los derechos televisivos o la venta de jugadores.
El caso de la UD Almería es un ejemplo claro de cómo los millonarios juegan en una liga aparte, donde el verdadero partido se juega en los despachos y no en el césped. La afición, ilusionada con un proyecto que nunca llegó a concretarse, se queda ahora con la incertidumbre de qué pasará con su equipo.
Lo que está claro es que Turki Al-Sheikh no llegó a Almería por amor al fútbol. Llegó por el negocio. Y una vez logrado su objetivo, el fútbol puede esperar.