Vivo en una tierra de contrastes. En Almería, donde el sol quema tanto como las noticias que a veces nos sacuden. Entre el bullicio de los invernaderos de Níjar y el silencio místico del Cabo de Gata, esta semana nos ha golpeado una historia que parece sacada de otro siglo: un bebé de menos de 40 días murió en Roquetas de Mar tras una circuncisión por motivos religiosos practicada de forma clandestina. Y sí, me duele escribirlo.
La circuncisión, esa práctica milenaria que atraviesa religiones y culturas, lleva siglos tejiendo su significado. Mi abuelo, que tenía más historias que arena en las playas de San José, me contaba cómo en su pueblo se hacían ceremonias con hierbas y cantares, pero siempre —siempre— con un médico presente. "Ni un rasguño sin estameña limpia", decía. Hoy, en pleno 2025, un bebé muere desangrado en un piso de Roquetas, lejos de un quirófano, en manos de un falso médico. ¿Cómo hemos llegado aquí?
No soy experta en religión, pero sí en humanidad. Y esta tragedia huele a desesperación, a miedo, a sombras. Conozco a familias que han optado por la circuncisión en hospitales públicos, con anestesistas y seguimiento, que es algo legal y que entra dentro de la cartera de servicios del sistema... pero cuando se hace por razones médicas, no culturales o religiosas. Mi primo pequeño pasó por eso -la temible fimosis- en el Torrecárdenas, y salió del quirófano con un pañal limpio y un peluche de regalo.
El caso de Roquetas es un puñal. Los padres, ahora en libertad condicional; el impostor, entre rejas. La autopsia no deja dudas: muerte violenta por un instrumento cortante. ¿Qué clase de ritual usa bisturís sin esterilizar, manos sin título, silencio cómplice? Esto no es tradición, es negligencia disfrazada de fe.
Almería es tierra de pasión, pero también de pragmatismo. Aquí, donde hasta los burros del desierto de Tabernas saben que el agua escasea, aprendemos pronto que algunas cosas no se improvisan. Si vas a podar una higuera, llevas guantes. Si vas a operar a un recién nacido, exiges un médico.
Termino con una imagen: el atardecer en la Alcazaba, rojo como la herida de un niño que nunca verá crecer. Ojalá esta muerte sirva para algo más que titulares. Para recordar que, en Almería y en cualquier lugar, la vida no es un ritual. Es sagrada, sí, pero sobre todo, frágil.
PD: A los que aún dudan: el quirófano no quita lo sagrado. Lo hace, simplemente, seguro. Y aquí, como diría mi abuelo, "hasta los santos prefieren un buen médico".