Parece que en Podemos tienen prisa. La designación de Irene Montero, compañera sentimental y madre de los hijos de Pablo Iglesias, como futura candidata a las elecciones generales sugiere que en la formación morada no descartan, o incluso esperan, un adelanto electoral por parte de Pedro Sánchez. Más allá de la lectura sobre los tiempos políticos, esta decisión vuelve a poner el foco en el criterio de Pablo Iglesias, el líder fundador y figura omnipresente en la sombra, para señalar a las figuras clave del partido. Y su historial, francamente, invita a la reflexión, por no decir al escepticismo.
Recordemos que fue Iglesias quien, al abandonar la vicepresidencia del Gobierno y la secretaría general de Podemos, ungió a Yolanda Díaz como su sucesora al frente del espacio político. El "dedazo" fue claro, la confianza explícita. El resultado es de sobra conocido: Díaz no solo no continuó el legado de Podemos como tal, sino que construyó su propia plataforma, Sumar, fagocitando a gran parte del electorado y de las formaciones aliadas de los morados, dejando a Podemos en una posición de aislamiento casi total. La operación, que Iglesias bendijo inicialmente, acabó siendo un tiro por la culata de manual. La supuesta heredera le salió "rana", como se suele decir coloquialmente, y el discreto resultado de Sumar en las europeas no hizo sino confirmar el fracaso estratégico para los intereses de Podemos, aunque supusiera un magro consuelo para los morados ver que su rival directa tampoco lograba despegar.
Pero el "ojo de águila" de Iglesias no se detuvo ahí. También fue él quien impulsó a Ione Belarra a la Secretaría General de Podemos, convirtiéndola, por extensión, en la cara visible y principal baza electoral del partido. Belarra ha pilotado la nave en la difícil travesía del desierto, enfrentándose a Sumar, aceptando una integración forzada en las listas para las generales bajo la batuta de Díaz y, finalmente, rompiendo y marchándose al Grupo Mixto en el Congreso tras asegurar los escaños. Una gestión marcada por la resistencia numantina, pero cuyos resultados prácticos parecen ahora cuestionados por la propia dirección que la aupó.
Porque, si la gestión de Belarra hubiera sido considerada un éxito rotundo o una base sólida sobre la que construir, lo lógico habría sido ratificarla como candidata a la presidencia. Sin embargo, la elección recae ahora en Irene Montero. Se opta por "rescatar" a la exministra de Igualdad de su escaño en Bruselas, obtenido en las recientes elecciones europeas (donde Podemos, aunque salvó los muebles logrando representación, quedó muy lejos de sus épocas doradas), para ponerla al frente de la candidatura a La Moncloa. Este movimiento puede interpretarse de muchas maneras, pero una de ellas es la constatación de que la apuesta por Belarra tampoco ha dado los frutos esperados, o al menos, no los suficientes como para repetir.
Así, el círculo se cierra volviendo al núcleo duro, a la figura de Irene Montero, indisolublemente ligada a Pablo Iglesias. Una decisión que, vista la trayectoria reciente, genera dudas sobre la capacidad de Iglesias para elegir liderazgos que consoliden o expandan el proyecto. Cada una de sus apuestas personales (Díaz, Belarra y ahora Montero) ha terminado en caminos divergentes, conflictos internos o resultados electorales insuficientes. La pregunta es si esta nueva elección, tan marcada por lo personal, logrará romper la tendencia o si simplemente confirmará que el "ojo de águila" del fundador de Podemos quizás necesite una revisión urgente. La breve pero intensa historia de Podemos está llena de decisiones auspiciadas por Iglesias que, lejos de cuajar, han contribuido a la fragmentación y al declive de un proyecto que un día aspiró a cambiarlo todo.