El pasado sábado asistí a la sesión de investidura con dos sensaciones bien diferentes. Por un lado, una investidura como Dios manda queda devaluada sin el aporte ególatra y el insaciable protagonismo de Miguel Cazorla. Por otro lado, lo mejor fue la intervención de la primera alcaldesa de Almería. Ya no caben calificativos y desprecios de designio digital, sucesora accidental y alguna que otra invectiva con aire paternalista y no exento de tufillo machista. Ahora, la alcaldesa ya es de pleno y mayoritario derecho democrático; muy a pesar de los que se resisten a pasar página y continúan prófugos de la eterna persecución de su egregia sombra.
Aunque algunos procedimientos protocolarios de estos fastos institucionales quedan bastante desfasados, siempre delatan el proceder de individuos que apuntan maneras. Lo más insoportable de estos comportamientos es el sectarismo estético y la hipocresía. En varias ocasiones la imagen del Cristo fue colocada y retirada de la mesa de jura/promesa, según la ideología, no de cada uno de los concejales, sino del grupo de ediles que se denominan progresistas y, erróneamente, se hacen llamar “laicos”. Estos y estas, en gran mayoría están bautizados y se casaron por la Iglesia católica; incluso, presiden actos cívico-religiosos y se hacen ver en bullicios procesionales, levantás, ofrendas florales y romerías, pero ahora toca interpretar el vade retro. Supongo que alguna y alguno tendrán sus convicciones religiosas; pero, sea la hipocresía o el abrigo en la manada grupal sectaria, lo cierto es que muchos son capaces de traicionarse a sí mismo. Por tanto, qué no harán con los intereses del resto.
La Mesa de Edad estuvo presidida por el más joven (el podemita Alejandro Lorenzo) y la más veterana (la socialista Adriana Valverde). Lejos de los lapsus y los nervios, aguardan jornadas gloriosas. Una de ellas será la Fiesta del Pendón. Imaginen al concejal comunista portando el Pendón de Castilla (Reyes Católicos) y flanqueado por el ordinario del lugar y caballeros legionarios, todo ello unido al garboso y marcial paso del que, quizá, se excusase diciendo: “acaso tengo yo cara de desfilar con pendones, oriflamas y banderillas”.
Otro episodio poco edificante va a ser el de las relaciones entre Vox y el concejal popular Pérez de la Blanca. El edil que abandonó las filas de los verdes no recibió aplauso alguno por parte de los representantes de Abascal en el Pleno. Esta es otra manifestación de corporativismo reaccionario, expresión siempre inadecuada en un acto protocolario, en el que hay que eludir gestos de desprecio o enemistad manifiesta. Por el contrario, Joaquín Pérez de la Blanca mostró su buen talante y saber estar al aplaudir -por cuatro veces- a los compañeros de corporación de la formación Vox.
Y, cómo no, la astracanada vino del más previsible. El socialista Antonio Ruano retoma el testigo de los conspicuos protagonistas que daban color y alborozo a las tediosas sesiones plenarias. Ya no están las carrascaleras corbatas y las camisas Wailea-Makena del socialista Eusebio Villanueva. Tampoco tendremos a Cazorla superando a Castelar, Demóstenes y Pericles. Por tanto, en la bufonada hay sede vacante. Y hay alguien que tiene todas las papeletas, aunque en su debut, la gracieta consistía en hacer ver que sólo introducía una sola. Y ahí estaba el premio.