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El puño de Trump
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(Foto: DALL·E ai art)

El puño de Trump

Por Rafael M. Martos
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lunes 10 de marzo de 2025, 06:00h

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Reconozco que plantear lo siguiente puede sonar a teoría conspiranoica. Sin embargo, en un mundo donde lo improbable se convierte en noticia diaria y donde las líneas entre intereses geopolíticos, lealtades ocultas y estrategias de poder se difuminan, vale la pena detenerse a observar ciertos patrones. Más aún cuando las acciones de Donald Trump, reelegido en 2024 como presidente de Estados Unidos, parecen alinearse de manera sospechosa con los objetivos estratégicos de Vladimir Putin. ¿Coincidencia? Quizá. Pero los detalles acumulados obligan a cuestionarlo más allá de haber convertido el puño cerrado en símbolo de la nueva era Trump... ¡quién se lo iba a decir a Stalin!

Resulta que es el Partido Republicano quién debería estar más en las antípodas de los intereses de Putin, pero se da la circunstancia de que existe entre ambos una conexión que es groseramente evidente. Podría entenderse que Putin y Trump son ideológicamente lo mismo, unos conservadores extremos, antiliberales, mesiánicos, que no saben de gobierno sino de poder, que no saben de democracia sino de oligarquía... pero ésto va más allá.

Desde 2016, está documentado que Rusia intervino en las elecciones estadounidenses para favorecer a Trump, según el informe Mueller y agencias de inteligencia. En 2020, intentaron replicar la fórmula, y en 2024, las sospechas de injerencia reaparecieron. No se trata de especulaciones: redes de bots, cuentas falsas y filtraciones selectivas han sido herramientas recurrentes. Lo llamativo es que, Trump nunca ha negado esas acusaciones, ni ha condenado con firmeza a Putin. Al contrario: en 2024, su retórica hacia Rusia ha sido ambiguamente cálida, incluso cuando Moscú sigue invadiendo Ucrania y amenzando al resto de Europa. Una de las primeras decisiones de Trump en su nuevo mandato ha sido recortar el apoyo militar a Ucrania, argumentando que "Europa debe resolver sus propios problemas". Esto, en plena ofensiva rusa, resulta cuanto menos curioso: debilita al invadido y a sus aliados, y fortalece a Moscú.

Más grave aún es su actitud hacia la OTAN, que sigue la misma pauta. Trump no solo critica a los miembros por no aportar el 2% del PIB en defensa —algo legítimo—, sino que amenaza con desvincularse de la alianza por la vía de los hechos. Es decir, no abre una negociación con los aliados, sino que directamente les da un ultimatum, como si les sobraran, como si lo qeu buscase fuese que se marcharan. Esto es un terremoto geopolítico. La OTAN, creada para contener a la URSS, ha sido el pilar de la seguridad occidental. Su erosión beneficia directamente a Putin, cuyo sueño es fracturar el bloque euroatlántico, y Trump está siguiendo también aquí el objetivo del ruso.

La política de aranceles de Trump, extendida en 2025, está aislando a Estados Unidos. Canadá explora acuerdos con la UE, México diversifica su comercio, y Europa acelera su autonomía estratégica, y todo ello sin abrir plazos de negociación, ni hacerlo paso a paso para poder ir enmendando posibles problemas sobrevenidos. Mientras Trump debilita la economía estadounidense con medidas proteccionistas que pueden acabar vinculando más entre si a los europeos, y explorar acuerdos con China por ejemplo, Rusia observa cómo sus rivales se dividen. ¿Quién gana con un Occidente fracturado y una América ensimismada? La respuesta es obvia.

No es casualidad que los partidos europeos que admiran a Trump —el RN francés, Vox en España, la AfD alemana— sean también los que se alinean con Viktor Orban, el líder húngaro aliado de Putin, y su caballo de Troya. Estos grupos, también beneficiados por las injerencias rusas en redes sociales en procesos electorales, bajo la bandera de la "soberanía nacional", buscan debilitar a la UE desde dentro, facilitando la penetración rusa, porque los países europeos, por sí solos no tienen nada que hacer frente a Rusia, y solo estar unidos les dará fuerza para el reto. Orban, por su parte, bloquea sanciones a Moscú y mantiene contratos millonarios con Gazprom. La coincidencia es alarmante: la misma red que glorifica a Trump en Europa le hace el juego a Putin.

Trump ha convertido su saludo con el puño en alto en un emblema. ¿Simple teatralidad? Quizá. Pero en un contexto donde Rusia utiliza símbolos de fuerza autoritaria para proyectar poder, el gesto resuena de forma inquietante. Más aún cuando las políticas de Trump —desde el abandono de Kiev hasta el enfrentamiento con la UE— parecen calcadas de un manual de desestabilización diseñado en el Kremlin.

Planteemos la pregunta incómoda: ¿Y si Trump, voluntaria o involuntariamente, está sirviendo a los intereses de Putin? No se trata de afirmar que exista un "pacto secreto", pero sí de reconocer que sus acciones, en conjunto, benefician claramente a Rusia. Debilitar la OTAN, aislar a EE.UU., dividir a Europa y abandonar Ucrania son objetivos clave del Kremlin. Trump los está cumpliendo uno a uno.

Da la sensación de que Trump trabaja para Putin, con algún disimulo, cierto, pero si sumamos todo lo expuesto, es incuestionable que hacerse ese planteamiento no es ninguna parania. El resultado es una Europa fracturada, unos EE.UU. enemistados con el mundo, y ambos bloques, sin defensa común, sin estrategia común, sin alianza económica... una Rusia fortalecida y una era de inestabilidad que Putin aprovecha para redefinir el orden mundial. A veces, las conspiraciones no son necesarias cuando la incompetencia, la arrogancia o los intereses ocultos logran el mismo efecto. El daño podría ser irreversible.

Al fin y al cabo, como dijo Sun Tzu: «La mejor victoria es vencer sin combatir». Putin podría estar lográndolo... con un poco de ayuda desde Washington, donde al bandera de la Federación Rusa podría acabar ondenado. Al tiempo.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"