No hay nada más educativo que ponerle imágenes a la idea que quieres transmitir, y el cine, tan de actualidad en Almería en estos días, es de gran ayuda. No sé si recuerdan una película de 1994 que se llama Rapa Nui. En ella se narraba el declive de la civilización de la Isla de Pascua, y créanme, y no quiero ser catastrofista, hay muchas similitudes con lo que está ocurriendo actualmente.
Los investigadores defienden que los primeros pobladores del ombligo del mundo en un principio adoraban a sus ancestros y construían en su honor esos maravillosos y enigmáticos Moais, porque creían que eran la forma de atraer su energía que los cuidaría y protegería. El poder lo ostentaba una tribu de sabios y era heredado de generación en generación. Pero ocurrió, a principios del siglo XVII, según algunos de estos investigadores, que el orden político y religioso cambió. Se piensa que fue debido a la sobrepoblación y la sobreexplotación de los recursos para construir las grandes figuras de piedra.
Dejaron de creer en los ancestros y por tanto de construir Moais en su honor, para adorar al Dios Make Make, creador de todo y en el que siempre habían confiado. Lo representaban con la figura del hombre pájaro, y el ritual en su honor, Tangata Manu, fue la nueva forma de repartir el poder de una forma más justa, ya que participaban todas las tribus y no era hereditario. Era el triunfo de la fuerza sobre la sabiduría, de la naturaleza sobre el ser humano.
Una de las grandes secuencias de la película es la representación de este ritual. Llegado el momento de la contendía, se pintaban sus cuerpos de colores. Cada color representaba una tribu, luego corrían ladera abajo, saltaban un acantilado de 300 metros, y nadaban en un mar infectado de tiburones para llegar a los tres islotes sagrados, donde debían esperar varios días la llegada del Manu Tara, el gaviotín apizarrado, para poner sus huevos. Era una carrera trepidante, donde las zancadillas, robos de los flotadores que usaban, de la comida, de las cuevas donde se refugiaban mientras esperaban, eran frecuentes. Muchos morían durante el ritual, pero si eran los primeros en conseguir un huevo y llevarlo intacto al jefe de su clan, conseguían el poder, religioso y político, para su tribu durante ese año.
A los ganadores, que se convertían en el Tangata Manu, se les consideraba sagrados y los aislaban durante un año para que nadie los tocase. Solo se acercaba a él un sacerdote que estaba a su servicio. Una vez pasado ese año, con un nuevo ganador, volvían con su tribu, pero ya con una serie de privilegios de por vida.
Esta forma de organizarse, que favorecía la alternancia, empezó a pervertirse y los que ostentaban el poder empezaron a cambiar las normas para perpetuarse en el cargo, lo que llevó a nuevos conflictos y disputas. Al final, un siglo después de instaurarse el ritual del hombre pájaro, llegaron los europeos y su civilización comenzó el verdadero declive por culpa de la esclavitud y las enfermedades que llevaron.
No me digan que no se parece a lo que nos está ocurriendo. Hemos perdido la escala de valores y hemos cambiado nuestras creencias por la del dios supremo, el dinero. En cada época electoral, ya sea por ocupar un ayuntamiento, San Telmo o la Moncloa, nuestros representes se escudan en sus colores y salen a mentir, engañar, y acusar a sus competidores por conseguir el cetro sagrado que les dé el poder durante un tiempo y que les de privilegios personales para el resto de sus vidas. La sobreexplotación de nuestros recursos nos puede llevar a la ruina, a la desaparición, a comernos los unos a los otros como lo hicieron los pobladores de Rapa Nui. Algunos de nuestros políticos buscan la manera de que los inversores extranjeros se fijen en nosotros para recuperar nuestra economía, pero quizás sean esos viejos marinos europeos que vienen a esclavizarnos, a someternos en nuestro territorio. ¿Exagerado? Analicen lo que ven.
Solo un cambio de valores, un importante cambio de rumbo, puede mejorar nuestro futuro. Una alternativa que se preocupe por la sostenibilidad de nuestro territorio, por el ciudadano, por una economía real, no deficitaria como la actual, que nos permite construir grandes Moais que perdurarán en el tiempo, pero que pueden ser el principio del fin. Yo apuesto por el corredor pintado de verde y espero escuchar su grito de ¡Afeita tu cabeza!