La alianza entre Donald Trump y Elon Musk es ya una amenaza existencial para la democracia. No se trata solo de políticos que mienten o magnates que amplifican el ruido: es la construcción sistemática de una realidad paralela, diseñada para reemplazar los hechos con ficciones convenientes. Si hoy aún podemos distinguir entre lo falso y lo verídico, mañana, de seguir esta maquinaria sin freno, quizá ya no sea posible.
Desde su regreso al poder, Trump ha perfeccionado el arte de la distorsión. Sus declaraciones —desde afirmar que Ucrania inició la guerra con Rusia hasta acusar a programas de diversidad de provocar accidentes aéreos— no son simples exageraciones. Son ladrillos en un muro destinado a construir una realidad adaptada a sus intereses en cada momento. Es como en la novela 1984, donde el Gobierno tenía un departamente dedicado a reescribir una y otra vez los libros de historia para que ésta se ajustara a lo que convenía en cada momento.
Cada falsedad tiene un propósito estratégico. Al insistir en que Estados Unidos envió millones a Hamas para preservativos (una mentira desmentida por la prensa con datos oficiales, porque ni fue para preservativos, ni fue a esa organización, ni fue esa cantidad, no tuvo problema en volver a comentarlo y duplicar la cifra a 100 millones), no solo busca desacreditar a las agencias gubernamentales, sino justificar su agenda para desmantelarlas.
Al culpar a Ucrania de la invasión rusa y tildar a Zelensky de “dictador”, prepara el terreno para abandonar al país en nombre de un “acuerdo de paz” que beneficiaría a Putin. La realidad, para Trump, es maleable: un recurso más en su arsenal de poder. Y aquí volvemos a ver lo de 1984, de tal modo que un día es un dictador, y al siguiente, "no creo haber dicho eso".
Si Trump construye la mentira, Musk la propaga. Plataformas como X (antes Twitter), bajo su control, se han convertido en incubadoras de teorías conspirativas y desinformación. La algoritmización del escándalo y la polarización no solo enriquece su imperio, sino que normaliza lo absurdo. Cuando un tuit sobre “China controlando el Canal de Panamá” (falso, pues Panamá lo administra) alcanza millones en segundos, la mentira gana legitimidad por repetición.
La alianza entre ambos no es casual. Mientras Trump siembra caos, Musk cosecha engagement. Juntos, forman un circuito cerrado donde las ficciones se retroalimentan, erosionando el suelo firme de los hechos. Y lo peor es que el resto de plataformas tecnológicas se han rendido también a sus piés, y ni Appel, ni Amazon, ni Meta... nadie osa plantarle cara a este sujeto zafio, mentiroso y bravucón.
En contraste, la reciente pregunta a Volodímir Zelensky en la Casa Blanca de "¿por qué no usa traje?" revela la profundidad de la crisis. Mientras Ucrania resiste una invasión y su pueblo sufre, el periodismo frívolo prioriza la apariencia sobre la sustancia. Zelensky, con su jersey militar y sin corbata, encarna la resistencia frente al invasor ruso.
Su dignidad resalta aún más ante las mentiras de Trump. Cuando el exmandatario afirma que “Ucrania empezó la guerra” o que Zelensky “admite que la mitad del dinero ha desaparecido” (el contexto de su frase, lo que refleja es que esos 350.000 millones de dólares no existen, que no están, que nunca estuvieron. porque quien más dinero ha puesto en la defensa de Ucrania es Europa con 189.000 millones, y EEUU lo ha hecho en menor cuantía), no solo niega la agresión rusa, sino que deshumaniza a un pueblo que lucha por su existencia.
El peligro no es solo que Trump mienta, sino que su versión de la realidad se institucionalice.
Y así, el círculo se cierra: las mentiras sobre el 6 de enero (“un día de amor”), el fraude electoral de 2020, o el oro de Fort Knox, no son errores, sino herramientas para reescribir la historia. Como advirtió John Kelly, su exjefe de gabinete, Trump ordena a sus equipos repetir sus invenciones “porque suena bien”, igual que cuando acabó la reunión en el Despacho Oval este pasado viernes, se oyó el comentario sobre los buenos datos de audiencia que iba a dar la discusión.
Zelensky, con su elocuencia sin traje, nos recuerda que la dignidad reside en la coherencia, no en la farsa. Mientras Trump y Musk juegan a ser dioses que crean un universo ficticio, la tarea de defender lo real —con todas sus complejidades— sigue siendo el último bastión contra la tiranía de la mentira. Lo diferencia entre Trump y Putin está en que el primero aún no ha matado a nadie (aunque ha presumido de que podría hacerlo sin perder votos), ni ha modificado las leyes para mantenerse en el poder (pero lo intentó cuatro años antes cuando, tras perder, declaró que se le habían robado la victoria y lanzó a los suyos contra el Capitolio en un claro intento de golpe de estado).