Resulta complicado encontrar el calificativo adecuado para el espectáculo que presenciamos en el Congreso de los Diputados el pasado martes. Tres parlamentarios andaluces llevaron hasta la Carrera de San Jerónimo una iniciativa, surgida del Parlamento de Andalucía, que busca impulsar una ley para garantizar la gratuidad de gafas y lentillas dentro del Sistema Nacional de Salud. Si tuviera que elegir una palabra que resuma la impresión general, sería "sobreactuación".
Todo en esta performance política pareció excesivo, impostado. Empezando por el principal proponente, José Ignacio García de Adelante Andalucía. Tanto en los días previos como en la llegada a Madrid, las fotos, los comentarios en redes sociales y la narrativa construida daban la impresión de que, poco menos, habían coronado el Everest y plantado allí la arbonaida, descubierto un nuevo continente, inventado una cura contra el cáncer, o culminado alguna gesta histórica similar. Rozaba, sinceramente, el catetismo puro y duro.
No se niega la importancia de la iniciativa. Poder acceder a gafas y lentillas sin coste puede suponer un alivio para muchas familias, pero decir que "ésto es el andalucismo" resulta una boutade digna de algo más relevante. Y sí, es reseñable, y creo recordar que inédito, que una cámara autonómica impulse directamente una proposición de ley en las Cortes Generales (más allá de sus propios estatutos). Pero no perdamos la perspectiva. ¿Qué se estaba pidiendo exactamente? Que la Seguridad Social cubra los gastos de corrección visual. Nada más.
No se trataba de ceder a la Junta de Andalucía competencias en extranjería, ni de una nueva propuesta de financiación autonómica, ni de establecer cómo repartir a los menores extranjeros no acompañados entre todas las comunidades, ni establecer el "cupo andaluz"... todo lo cual el Gobierno de Pedro Sánchez lo negocia con otros, pero se impone a Andalucía. Tampoco se llevaba una proposición para declarar la independencia de Andalucía o la cooficialidad del andaluz. No, no era ninguna de las reivindicaciones que otras nacionalidades negocian directamente con el Estado, como Cataluña o el País Vasco. Se pedían gafas. Y para eso, se montó una escenografía épica que olía a sobreactuación a kilómetros.
Como esa afirmación de que "por fin un andalucista habla en el Congreso". Falso. No es la primera vez. Sin ir muy lejos, Pilar González, también andalucista, fue diputada durante cuatro años no hace tanto. Y antes, Alejandro Rojas Marcos lideró un grupo parlamentario andalucista durante varias legislaturas. La presencia andalucista y el habla andaluza no son nuevos en las Cortes.
Sorprendía también que fueran andalucistas quienes impulsaran esta iniciativa en el Congreso, porque como sus propios compañeros vascos y catalanes les recordaban, estamos en Estado descentralizado, y no tiene sentido esta propuesta allí, porque si Andalucía tiene competencias en materia sanitaria, que lo gestione. Es cierto que se habla de que pague la Seguridad Social, y es una caja común, y si los nacionalistas vascos y catalanes han votado sí, es porque lo que quieren es romperla con este argumento: si Andalucía quiere gafas, Cataluña quiere odontología... así que mejor rompemos la hucha y cada cual que pille lo que pueda y se lo gaste como quiera.
Pero, sin duda, la imagen más desoladora fue la del banco azul, el destinado al Gobierno, completamente vacío. Nadie del Ejecutivo central se dignó a escuchar a la delegación del Parlamento de Andalucía. Ni un ministro, ni un secretario de estado. Ni siquiera la ministra de Sanidad, Mónica García, la más directamente concernida por el tema. Eso sí, no tardó en publicar un tuit tras el pleno, celebrando que el Congreso había aprobado trabajar en la gratuidad de las gafas, casi como si la idea hubiera partido de ella, de su partido o del Gobierno de coalición. Ninguna de las tres cosas era cierta.
La ministra de Seguridad Social, Elma Saiz, tampoco se dejó ver.
Tampoco estuvo presente la secretaria general del PSOE de Andalucía, ministra de Hacienda y vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero. Curioso, cuando el propio José Ignacio García había declarado recientemente su disposición a pactar con el PSOE "en cinco minutos" si la izquierda sumara tras las próximas elecciones andaluzas. El interés del PSOE en las propuestas de Adelante Andalucía quedó meridianamente claro con esa ausencia clamorosa. Ni siquiera la futura candidata socialista a la Junta se molestó en escuchar a la delegación que representaba al pueblo andaluz.
Seamos sinceros: nadie en el Gobierno, ni del PSOE ni de Sumar, se habría atrevido a mostrar semejante desprecio si la delegación hubiera sido del Parlament de Catalunya o del Parlamento Vasco. Este episodio, más allá de la sobreactuación inicial, demuestra con crudeza el valor que el actual Gobierno central concede a Andalucía y a sus representantes.
En eso se resume, tristemente, la "épica de las gafas": en una iniciativa loable envuelta en una fanfarria innecesaria, que acabó topándose con la indiferencia y el ninguneo del poder central. Una metáfora quizás involuntaria, pero dolorosamente precisa.