Es curioso cómo las palabras se desdibujan dependiendo del momento en que se pronuncien. Pedro Sánchez, el presidente que se autoproclamó paladín del progreso y azote de la extrema derecha, el que venía a "levantar un muro contra la ultraderecha" ha dado un nuevo significado a la expresión "flexibilidad ideológica". Su última jugada, insistir en colocar a Teresa Ribera como comisaria europea, no solo ha levantado cejas en Bruselas, sino que ha necesitado un peaje que algunos llaman pragmatismo político y otros, descarado oportunismo.
En su cruzada personal por hacer que Teresa Ribera alcance un despacho en el Colegio de Comisarios, Sánchez no ha dudado en reescribir su propio discurso, porque podría haber esquivado el veto del PP proponiendo a otro socialista pero no le ha dado la gana hacerlo. ¿Recuerdan aquella frase de “ni un paso atrás contra la ultraderecha”? Bueno, pues olvídenla. Al parecer, lo de combatir el extremismo depende del contexto, o más bien de si ese contexto afecta al "proyecto" de Sánchez, que no es otro que salvar a Pedro Sánchez.
Veamos los hechos. Ribera, ministra de Transición Ecológica y vicepresidenta, llega con un equipaje considerable: su cuestionada gestión de la crisis de la DANA, y que se resumen en que ella no hizo nada, y lo que hicieron quienes de ella dependen está más que cuestionado, además está su ausencia en los lugares afectados demostrando una falta de empatía en una tragedia con más de 200 muertos que es indignante, y por último su comparecencia en el Congreso tres semanas después de los hechos que fue, por ser generosos, un desastre que solo servirá para ilustrar en los libros qué es un el relato... y como lo mata el dato de la oposición.
Sin embargo, ahí sigue Sánchez, empeñado en enviarla a Bruselas, aunque para ello haya tenido que aceptar algo que, en cualquier otro momento, habría calificado como una aberración moral: facilitar la entrada en el Colegio de Comisarios de dos representantes de la extrema derecha europea, cortesía de Giorgia Meloni y Viktor Orbán. La extrema derecha europea entrará en el gobierno de la Unión gracias al PSOE... seguro que en la próxima encuesta del CIS tampoco le pasa factura y sus votantes crecen como las setas.
Resulta casi poético. Sánchez, que construyó su relato en España enfrentándose al "trifachito", ahora allana el camino a los comisarios de la ultraderecha europea. Porque, claro, la coherencia es una virtud sobrevalorada cuando lo que está en juego es colocar a la persona adecuada (para él) en el lugar adecuado (para él). Y si para eso hay que pactar con Orbán o Meloni, pues se pacta, aunque luego toque volver a sacar pancartas en mítines sobre los peligros de Vox y compañía cuando haya elecciones.
El Partido Popular podría aprovechar para dirigirse a Vox y preguntarles dónde van, apoyando a Ribera en Europa a cambio de meter a dos de su cuerda... es decir, es lo mismo que Sánchez, pero al otro lado. Así logra el presidente socialista pactar con la extrema derecha en Europa, y con la extrema izquierda en España ¿no es genial?
Feijóo ha intentado frenar el nombramiento de Ribera, probablemente más por estrategia política que por un interés genuino en la gestión europea, pero su resistencia ha sido como la de un castillo de arena ante la marea. Al final, todo queda en un intercambio de cromos donde, curiosamente, los progresistas son quienes empujan a los ultraderechistas hacia posiciones de poder.
¿Qué conclusión extraemos de todo esto? Que Pedro Sánchez, el hombre que nos vendió la idea de un muro inquebrantable contra la ultraderecha, está dispuesto a abrirles la puerta si eso le asegura un poco más de brillo en su hoja de servicio. Todo se reduce a una sencilla fórmula: todo por el interés general, pero solo si ese interés general lleva mi firma y mi foto al pie del documento.
Cuando en la próxima rueda de prensa Sánchez proclame, con su tono solemne habitual, que "Europa debe ser el bastión de los valores democráticos", recuerden a Meloni y a Orban... y Abascal, claro, que son “esa ultraderecha de la que usted me habla”.