Vaya por Dios. O quizás, en este caso, deberíamos decir "vaya con Dios". Nos golpea la noticia este Lunes de Pascua, casi de sopetón: ha muerto el Papa Francisco. Y digo de sopetón porque, seamos sinceros, ¿quién lo esperaba justo ahora? Los telediarios matutinos apenas unas horas antes nos pintaban un cuadro de actividad papal, sí, mermada por los achaques, pero actividad al fin y al cabo. Que si no presidió el Vía Crucis, cierto, pero ahí estaba el Domingo de Resurrección, impartiendo la bendición Urbi et Orbi, recibiendo dignatarios —¡hasta el vicepresidente de EE.UU!— y dándose un paseo en el papamóvil por San Pedro. Parecía que el hombre, aunque convaleciente de esa enfermedad que lo tuvo hospitalizado, estaba en vías de recuperación, o al menos disfrutaba de eso que aquí llamamos "una mala salud de hierro". Una sorpresa, sí señor.
Pero como en toda buena historia, hay sorpresas y "sorpresas". Y me atrevo a imaginar, sin temor a equivocarme, que en un rincón de Almería, concretamente en un rincón de El Ejido, la noticia no ha causado tanto estupor como, digamos, júbilo contenido. O quizás ni tan contenido. Estará celebrándolo, supongo, con la solemnidad que la ocasión merece (para él), ese sacerdote que se hace llamar "Pater Góngora". Sí, aquel que saltó a la fama —o a la infamia, según se mire— por su participación estelar en "La Sacristía de la Vendée", aquel aquelarre digital disfrazado de tertulia sacerdotal.
Recordemos el episodio glorioso donde, entre risas y bromas que sonaban dolorosamente sinceras, estos heraldos de la Tradición (con mayúsculas, por supuesto) expresaron sus más píos deseos para el Pontífice. Uno de ellos, con una sonrisa que helaba la sangre, dijo aquello de "rezar mucho por el Papa, para que pueda ir al Cielo cuanto antes". Y los demás asintieron, encantados con la ocurrencia. Traducido del lenguaje clerical ultraconservador al castellano llano: le deseaban la muerte, pero con bendiciones, que queda más fino, más piadosos, como ellos. La cosa tuvo tal repercusión que hasta cerraron el chiringuito youtubero temporalmente, aunque como la mala hierba, volvieron a brotar hace cosa de un año.
Así que sí, imagino al Pater Góngora descorchando el vino de misa (o algo más fuerte) para celebrar que Francisco, por fin, está "con Dios". Al fin y al cabo, hablamos de un clérigo que no tiene empacho en referirse a los inmigrantes que trabajan la tierra en su propio pueblo como "sarracenos", que condena sin pestañear la homosexualidad, que ensalza sin rubor el "Noviembre Nacional" y felicita el 1 de Abril como "Día de la Victoria" franquista. Un hombre que fue de los primeros en plantarse frente a la sede del PSOE en Almería, demostrando que su reino, definitivamente, sí es de este mundo (y de una parte muy concreta y rancia de él) y que lo suyo es la política pura y dura. Un individuo que reparte anatemas contra "filosocialistas" y todo aquel que ose disentir de su particular visión del mundo, anclada, no ya en el pasado, sino en una caricatura siniestra de ese pasado del dictador bajo palio. Una ideología, por cierto, que cuesta encajar con aquello que predicaba un tal Jesús de Nazaret sobre amar al prójimo y acoger al extranjero, amar al diferente, socorrer al necesitado... pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar la coherencia de un hombre de Dios?
Basta revisar su time line en sus redes sociales para no encontrar ni una sola palabra de lamento o de tristeza por la pérdida del líder espiritual de la Iglesia a la pertenece, limitándose a rezar por él, y por la pervivencia de la institución. Ni una palabra recordando algo bueno de su semejante.
Mientras medio mundo —católicos, cristianos de otras ramas, creyentes de otras fes e incluso ateos y agnósticos que veían en Francisco un soplo de aire fresco, una posibilidad de diálogo— lamenta esta pérdida, hay quienes visten sotana y alzacuellos que respiran aliviados. Aquellos que vieron en él una amenaza al inmovilismo, aunque, seamos realistas, Francisco tampoco iba a convertir la Iglesia Católica en una comuna hippie. La Iglesia es la Iglesia, una estructura milenaria con inercias poderosas. Cambiarla radicalmente es como pedirle a un transatlántico que vire en redondo en una dársena. Francisco introdujo gestos, palabras, un tono diferente, quizás una puerta entreabierta... pero la estructura sigue siendo la que es. Serán los católicos, en su diversidad, quienes valoren su legado.
Pero que quede constancia de la curiosa paradoja: mientras muchos que no compartían su fe reconocían su humanidad y su esfuerzo, una facción de los suyos, de los que se autoproclaman guardianes de la verdadera fe, celebrarán su partida. Y no, no son los "sarracenos". Visten de negro, llevan alzacuellos y, al parecer, consideran que desear la muerte al Papa es un acto de piedad. Quién lo iba a decir.