El año 2024 no es un año nuevo. El año nace con unas vetustas reminiscencias que recuerdan las letanías medievales situando escenarios bíblicos que, toda la vida, durante milenios, han venido repitiendo las mismas gestas sangrientas, cruentas y nada edificantes.
Pongo la radio o veo las noticias y escucho el mismo relato toponímico de las Sagradas Escrituras: Jerusalén, Belén, Nazaret, Tiro, Nínive, Sidón, Damasco… aquí ya no se habla del viaje de Saulo de Tarso o de Josué derribando las murallas de Jericó con la divina sincronía de las trompetas; ahora, las murallas caen, aplastan y sepultan con el rugido de los cohetes y la bombas de esos nuevos carros de fuego que elevaron al cielo a Elías, ahora denominados drones. Han pasado los siglos, y se vuelve a escribir la misma historia de violencia, quizá más cruenta, irracional y despreciando las terroríficas experiencias acumuladas, que en nada sirven de escarmiento. Todo lo contrario, acumulan mayor grado de aversión, odio y venganza.
Así, con estos precedentes, no dudo asegurar que este año nace viejo, muy viejo y con las más detestables costumbres. Es, por decirlo de alguna manera, que afrontamos el Año del Fracaso de la Inteligencia.
El fracaso de la inteligencia también se demuestra en la imbecilidad exhibida con todo lujo y ornato en ampulosas carrozas. Han puesto el grito en el cielo porque un hombre de raza blanca interpreta, representa, escenifica, asemeja, imita… al Rey Baltasar. A Baltasar se le supone tradicionalmente de raza negra, y, cuando de una representación de la Epifanía se trata, el actor se caracteriza para que sea reconocible por un público objetivo que, por cierto, no son los inútiles y sectarios políticos que hieren la tradición a los ojos de los niños con “reinas magas” y unos botarates ataviados con un mantel de hule, un chubasquero y una cortina de baño.
Si continuamos por este camino, la Cabalgata servirá, como ya lo es cualquier expresión popular, para instilar ideología y envilecer las tradiciones ante los inocentes ojos de los niños, que han de padecer a estos nuevos Herodes, convertidos en destructores del lenguaje, la ética, la estética y la decencia.
En cualquier caso, feliz Año Viejo 2024. Feliz progresismo. Feliz cambio climático. Feliz resiliencia y feliz emopoderamiento a todos, todas y todes.
¡Jesús, qué fatiga más insoportable!