Cuando alguien señala con el dedo a la Luna, los más largos ven la Luna y los más cortos se quedan en el dedo. Esta antigua metáfora podría aplicarse perfectamente a la actual discusión sobre el cambio climático y sus efectos. Tras la reciente DANA que ha azotado principalmente a Valencia, pero que ha dejado su huella en prácticamente toda Andalucía, incluida nuestra querida Almería, algunos han vuelto a caer en la trampa de confundir -probablemente de modo intencionado, con el objetivo de no bajarse del burro- meteorología con climatología. Y así, mientras más de 200 vidas se perdían y miles de hogares quedaban destruidos, hay quienes insisten en que esto no es culpa del cambio climático, sino de una simple "meteorología adversa".
Permítanme ser claro: quedarse mirando el dedo es un error monumental. La meteorología estudia fenómenos atmosféricos en el corto plazo: temperaturas, presión, viento, humedad… todo lo necesario para predecir si mañana lloverá o hará sol. Pero la climatología nos ofrece una visión más amplia; se ocupa de las tendencias a largo plazo y del impacto acumulativo de esos fenómenos meteorológicos. Y aquí es donde empieza a brillar la luna: estamos experimentando un cambio climático que está alterando radicalmente nuestro entorno, como precisamente nos demuestra la persistencia de esa meteorología adversa.
Los datos son irrefutables y están al alcance de cualquiera que desee verlos. Siempre ha habido sequías, sí, pero ahora son cada vez más prolongadas y severas. Siempre ha hecho calor, incluso días de mucho calor, sí, pero las temperaturas medias han aumentado notablemente, y ahora hay más días de calor, y de ellos cada vez son más los de temperaturas extremas. El frío también ha cambiado: menos días fríos y aquellos que existen son más intensos. Las inundaciones ya no son solo un fenómeno ocasional; ahora ocurren con mayor frecuencia e intensidad en lugares provocando mayores humanos y materiales. Todo esto no es casualidad; es el resultado directo del cambio climático, y que tiene su reflejo en la meteorología.
No obstante, hay otro aspecto crucial que no podemos ignorar: tenemos en nuestras manos la capacidad de mitigar estos desastres. No me refiero únicamente a tomar medidas para frenar el avance del cambio climático —que también— sino a implementar acciones concretas para minimizar las consecuencias de los fenómenos meteorológicos adversos. En Almería, por ejemplo, deberíamos empezar por limpiar nuestras ramblas y evitar construir viviendas, invernaderos o desaladoras en zonas vulnerables, como por ejemplo en la ladera de una montaña a cien metros de la orilla.
Cualquiera con un mínimo conocimiento sobre meteorología sabe que las temperaturas del Mediterráneo influyen directamente en la formación de huracanes y otros fenómenos extremos. Así que no se trata solo de mirar hacia arriba cuando llueve; debemos entender cómo todos estos factores están interconectados y afectan nuestra vida diaria.
Y hablemos claro: mencionar las glaciaciones como argumento de que siempre ha habido cambio climático, para restar importancia a lo que sucede ahora es simplemente ridículo. No vivíamos entonces; hoy sí habitamos esta Tierra y por tanto las consecuencias tangibles y mortales debido al cambio climático contemporáneo nos afectan a nosotros.
Así que dejemos atrás esa mirada miope hacia el dedo y empecemos a observar la Luna con claridad. El cambio climático está aquí y ahora, afectando nuestras vidas de maneras alarmantes e innegables. Ignorarlo no solo sería un acto irresponsable; sería un suicidio colectivo disfrazado de indiferencia. Es hora de abrir los ojos y actuar antes de que sea demasiado tarde.