El Gobierno de Pedro Sánchez se ha apresurado a celebrar la recuperación del PIB prepandemia, pero los datos ocultan una realidad más sombría. La economía española sigue arrastrando una de sus principales debilidades estructurales: la baja productividad¹[1]. Esta problemática, que lleva años sin resolverse, ha provocado que España se aleje cada vez más de sus socios europeos en términos de renta per cápita y competitividad.
Según los últimos datos de Eurostat, la productividad nominal media por trabajador en España es un 6,3% inferior a la de la Unión Europea. Esta brecha se ha ampliado desde 2018, cuando el PSOE y Podemos llegaron al poder y la productividad española estaba prácticamente en la media europea. Mientras que países como Irlanda, Luxemburgo o Noruega lideran el ránking de productividad, España se sitúa por detrás de Malta o Chipre²[2].
¿A qué se debe este retroceso? Una posible explicación es que la economía española ha tardado más de tres años en recuperar el nivel de riqueza previo a la pandemia, siendo el último país de la eurozona en lograrlo³[3]. Además, esta recuperación se ha basado en una caída de las importaciones, lo que refleja una pérdida de renta disponible de los ciudadanos. Es decir, somos más pobres y dependemos más del exterior.
Otro factor que influye en la baja productividad es el mercado laboral. Aunque España ha recuperado el empleo perdido por la crisis sanitaria, lo ha hecho a costa de reducir la calidad y la productividad del trabajo. Muchos de los nuevos ocupados son temporales, precarios o parciales, lo que dificulta su formación y su capacidad de innovar. Además, el marco normativo e institucional no favorece el desarrollo empresarial ni la inversión en I+D+i.
Por todo ello, es necesario un cambio de rumbo en la política económica que ponga el foco en mejorar la productividad y la competitividad. Solo así podremos converger con Europa y garantizar un crecimiento sostenible e inclusivo. No basta con recuperar el PIB prepandemia, hay que hacerlo mejor.