Resulta que, tras 20 años de trabajo, lanzaba España su primer satélite al espacio. El proyecto había costado 200 millones de euros y era, como digo, el resultado de décadas de esfuerzo. Nada podía salir mal. De hecho, se ponía en órbita justo ahora, cuando nuestro país tiene nada menos que a un astronauta como ministro. Sin embargo, tras escasos segundos, el cohete espacial que lo impulsaba desaparecía y todo se iba a tomar viento.
Uno puede pensar que el asunto, que se ha sabido que ha respondido a un fallo humano, puede haber sido cuestión de mala suerte; esa mala suerte que parece perseguir a este gobierno social comunista allá por donde va.
Porque claro, el tema sucedía justo el mismo día en el que, del Puerto de Arguineguín, en el municipio grancanario de Mogán, salían centenares de inmigrantes que habían permanecido allí confinados, quedando a su libre albedrío en tal localidad, para ser luego embarcados en autobús con dirección a la capital de la isla, donde pasaban tan sólo algunas horas, para ser devueltos a un alojamiento hotelero de la zona. Mala suerte también, sin duda, que se ha tornado en petición de dimisiones del ministro del Interior, Marlaska, impulsadas por los regionalistas canarios, la derecha, el centro e incluso Unidas Podemos, esa extraña formación que participa del Gobierno, aunque luego le presenta enmiendas a los presupuestos del propio Gobierno, es decir, de sí mismos. Más mala suerte.
Como la mala suerte también en materia sanitaria del Gobierno, que en marzo de 2019 dijo que a las mujeres les iba la vida en ir a las manifestaciones del 8-M, aunque luego la mala suerte provocó que ello redundara en un contagio masivo; o como la que parece acompañar permanentemente a la extraña pareja Illa-Simón, que primero contaron a los cuatro vientos que no hacían falta mascarillas, que posteriormente declararon obligatorias, aunque no le bajaron el IVA del 21 al 4% porque la Unión Europea lo prohibía, aunque Italia y otros países sí lo habían bajado, pero era porque los italianos se saltan las normas, aunque luego quedó claro que no había tal normal. Una concatenación de mala suerte.
Una mala suerte con la que que el Gobierno parece matrimoniado en todos los ámbitos, porque cuando prohíbe tomar medidas a un gobierno autonómico como el de Madrid, resulta que llegan los tribunales y le dicen que no es nadie para adoptar esas prohibiciones; o en materia económica y de empleo, condiciéndonos, esta maldita mala suerte, a ser el país con el mayor talegazo del empleo en la Unión Europea y con la mayor caída del PIB del mundo.
Oyes, pues pensándolo bien, a ver si en lugar de mala suerte, lo que pasa es que en el Gobierno lo que hay es una pandilla de inútiles redomados, cuya estancia en el consejo de ministros se debe tan sólo a los méritos de partido contraídos durante años de prolongadas sobadas de lomo. De una manera u otra, es evidente que este Gobierno, si va a la mar, se la encuentra seca.