Desde que el mundo se detuvo en marzo de 2020, he llegado a pensar que vivimos en una especie de montaña rusa emocional. La pandemia nos enseñó que lo impensable puede suceder, y ahora, parece que la naturaleza ha decidido seguir el juego. Aquí en Almería, donde el sol brilla casi todo el año, estamos acostumbrados a ver fenómenos meteorológicos raros, pero lo de los últimos años ha sido un espectáculo digno de una película de terror.
Recuerdo perfectamente cómo me quedé atónita viendo las imágenes de La Palma tras la erupción del volcán. ¡Un volcán! En España. Y luego vino Filomena, dejando Madrid cubierto por un manto blanco que ni los más viejos del lugar recordaban. Y ahora, dos dana seguidas han puesto a todos en alerta máxima. En mi grupo de amigos, ya hemos bromeado sobre si deberíamos empezar a llevar paraguas y chanclas al mismo tiempo; nunca sabes cuándo puedes necesitar ambas cosas.
Y aquí es donde entra el Decreto 4/2023, que permite a los trabajadores no acudir a su trabajo si hay alertas meteorológicas naranjas o rojas. Al principio pensé: “¡Por fin alguien se preocupa por nosotros!” Pero luego me asaltaron las dudas. ¿Qué pasa si la alerta resulta ser un falso aviso? ¿Y si me quedo en casa y luego veo que mis compañeros están disfrutando de un café en la oficina mientras yo me estoy comiendo un bocata de atún en casa?
Hablando con mi madre sobre este tema, ella me contó cómo en su época no existían estos permisos y tenían que lidiar con lo que viniera. “Si llovía a cántaros, te ponías una gabardina y ya está”, decía ella con esa sabiduría típica de quien ha vivido más de una tormenta. Pero claro, mamá no tenía que preocuparse por si su jefe le iba a poner una falta por no presentarse a trabajar porque había un aviso rojo.
Consulté a un abogado laboralista para aclarar mis dudas (sí, soy esa amiga pesada que siempre busca respuestas). Me explicó que el decreto es bastante claro: tienes derecho a no ir al trabajo cuando hay alertas graves, pero también hay excepciones. Por ejemplo, si estás en medio de una tormenta y decides salir igual porque “total, siempre llueve”, podrías tener problemas. Así que ya saben: nada de salir corriendo bajo la lluvia como si fuéramos héroes cinematográficos.
En Almería, donde el clima suele ser predecible (aunque cada vez menos), esta nueva normativa puede parecer un alivio para muchos. Pero también plantea preguntas inquietantes sobre nuestra adaptabilidad al caos climático actual. ¿Estamos preparados para manejar estas nuevas realidades laborales? ¿O solo estamos creando más incertidumbre?
Al final del día, creo que necesitamos encontrar un equilibrio entre proteger nuestros derechos como trabajadores y mantener la responsabilidad individual ante situaciones adversas. Quizás deberíamos aprender a vivir con esta nueva normalidad meteorológica sin perder nuestra esencia almeriense: disfrutar del buen tiempo cuando podemos y estar listos para lo inesperado cuando llegue.
Así que aquí estoy, lista para enfrentar cualquier tempestad… pero con mi bocata de atún bien preparado en la mochila por si acaso. ¡Que venga lo que quiera!
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