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La nueva Plaza Vieja
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(Foto: malasombra)

La nueva Plaza Vieja

Por Rafael M. Martos
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jueves 22 de febrero de 2024, 23:30h

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En el bullicioso escenario de la vida urbana almeriense, pocas cosas son tan emblemáticas como la Plaza de la Constitución, o Plaza Vieja como cariñosamente la conocemos. Este espacio público, testigo mudo de siglos de historia y crisol de encuentros sociales, ha sido epicentro de una encendida disputa que rebasaba lo meramente político para adentrarse en el ámbito del gusto y la sensibilidad ciudadana.

Recordemos el caos que envolvió al proyecto original, cuya premisa central parecía ser despojar a la plaza de su esencia misma: los árboles y el monumento a los Mártires de la Libertad se encontraban en la mira de una intervención que más que embellecer, amenazaba con mutilar la identidad de este espacio emblemático.

Las leyes, más que la resistencia ciudadana, bloquearon ese proyecto inicial. Parecía increíble, en todo caso, que los encargados de proponer la transformación de este espacio no tuviesen en cuenta los límites jurídicos a su intervención urbanística. Pero así fue.

La plaza se convirtió en un cuadrilátero, y en un rincón estaba el gobierno municipal del Partido Popular, con su séquito de seguidores, que abogaba por la descabellada idea de despojarla de su esencia histórica y natural, bajo el argumento de una supuesta modernización. Mientras tanto, en el otro extremo, el PSOE y sus aliados de la izquierda, defendían a capa y espada la conservación de todo cual está, aunque en ocasiones pareciera más una estrategia para desacreditar al adversario que una genuina preocupación por el espacio público.

En medio de este enfrentamiento polarizado, aquellos que intentábamos mantener un criterio propio éramos como barcos a la deriva en un mar de fanatismo político. Personalmente, siempre sostuve que el diseño actual de la plaza era encomiable, pero admitía que necesitaba una revitalización que la adaptara a las necesidades contemporáneas. Nunca lo vi como una cuestión de trinchera ideológica, sino de preferencia estética y por qué, no también de referencia histórica (¿no es lo más sensato que el monumento a unos luchadores por la Constitución de 1812, esté en la Plaza de la Constitución? ¿a caso no es de sentido común, que el monumento siga donde fue respuesto tras su retirada durante la dictadura franquista?). Sin embargo, mi voz se perdía entre el estruendo de la batalla entre titanes.

Ahora, con el nuevo proyecto sobre la mesa, que afortunadamente conserva los elementos esenciales de la plaza, como los árboles y el monumento a los Mártires de la Libertad, a lo que se incorpora un suelo de mosaico con el Sol de Villalán, una iluminación ornamental, más vegetación, más bancos a la sombra... y así, asistiremos a un curioso fenómeno: aquellos que abogaban por el proyecto de desertificar el lugar, ahora serán los mayores defensores de la nueva remodelación, mientras que quienes defendían que los elementos se quedaran, que no hubiese cambios, ahora buscarán nuevos argumentos para criticar.

En medio de esta vorágine de opiniones polarizadas, surge la pregunta inevitable: ¿dónde queda el criterio propio en todo este embrollo? ¿Es posible escapar del yugo de las etiquetas partidistas y abrazar una postura fundamentada en la razón y el gusto propio?

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"