La confesión del joven ha aclarado un caso, uno más, de denuncia fake. Las compañías aseguradoras han emitido diferentes informes en los que demuestran un altísimo porcentaje de denuncias falsas por robo o daños. Móviles de alta gama, accidentes de tráfico, vandalismo, rotura o averías en domicilio, lesiones… han sido simulaciones, algunas muy alambicadas e imaginativas, para conseguir el resarcimiento del simulado siniestro.
Han sido innumerables los comentarios, horas de radio, programas de TV, portadas de prensa, incendio en redes, así como las movilizaciones ya realizadas y los ávidos preparativos de convocatorias para exhibir en la calle las protestas contra la oleada de homofobia promovida por un sector reaccionario de la sociedad que se sustancia en la focalización culposa de VOX como impulsor de una indisimulada escalada de odio; paso previo para “convencer” a la sociedad de la criminosa arenga homófoba de este partido y, con la participación de la justicia -una vez controlada, como pretenden-, concluir con la ilegalización de la citada formación política; el escenario perfecto para perseverar en el objetivo final: totalitarismo con respuesta residual.
Quisiera driblar la senda habitual de afear la conducta del zagal, punible en cualquier caso por cometer un delito, pero el derrumbe del presunto agredido ha esclarecido más de una cosa que excede del esclarecimiento de los hechos: demuestra la perversión, miseria y ruín indecencia del Gobierno de España. Gracias a este joven y su lóbrego episodio hemos podido conocer hasta dónde está dispuesto a llegar el gobierno socialcomunista en aras de sus más provectas y rancias intenciones.
No sólo conocemos ya la verdad, hemos profundizado en las infectas entrañas socialcomunistas revelándose como capaces de toda manipulación que conduzca a la estrategia más obscena para destruir al contrario, llevándose por delante lo que sea menester, aunque sea el futuro de la víctima que les ha servido de combustible para su particular incendio social.
El muchacho ya ha sido cazado por los medios (Cuatro) y, con una escueta declaración, describe el daño infligido: “Deseo que se me trague la tierra”. Estas palabras describen el daño presente y la condena a futuro de un estigma manipulado y amplificado por nada menos que el Gobierno de España y todo su aparato mediático.
No se trata de imprudencia, premura, improvisación, impericia… es un cálculo premeditado como táctica política elaborada con estrategias de protervidad ilimitada. Y me permito el siguiente ejercicio de ficción, con ayuda del adagio popular de “piensa mal… y te quedarás corto”: Qué más da si, para nuestros intereses, destruimos la vida de un joven que intentaremos dejar ante la opinión pública como un pardillo; eso sí, percutiendo como abanderado de nuestra imperturbable condición de defensa de los colectivos que sufren el embate de la derecha radical contra los diferentes, indefensos y tal y tal y tal.
No van a pedir perdón. Pedro Sánchez presidirá la Comisión de Delitos de Odio, que fue convocada de urgencia y fue el primer gesto al que secundarían infinitos henchidos de odio y revancha sectaria. Lamentablemente, la urgencia queda disipada por el decurso de los acontecimientos que hicieron salivar a la jauría que se aprestaba a descuartizar la presa. No obstante, los efectos colaterales de este escándalo han banalizado la urgencia y la verdadera acción protectora de un gobierno que ha priorizado sus intereses sectarios, quedando sus políticas de proteccionismo como una indigna sobreactuación.
El problema es que cuando - de verdad- se produzca una agresión brutal ya no habrá tanta difusión, ni como decía algún áulico pesebrista “se han incorporado fuerzas antiterroristas en la investigación”. Se actuará con más cautela; no por el interés en la instrucción del caso, sino para evitar quedar al descubierto como repugnantes manipuladores.
Ya hemos visto una parte de esta película de terror. El guión es invariable. Nos podemos esperar la peor de las secuelas.