Hoy me siento a escribir con el corazón encogido y la mente llena de preguntas. El asesinato de Belén, esa educadora social que dedicó su vida a proteger y guiar a los más vulnerables, nos ha dejado a todos en estado de shock. ¿Cómo es posible que dos adolescentes, tan jóvenes y ya tan perdidos, hayan llegado a cometer un acto tan atroz? La noticia ha recorrido el país como una ola de dolor y rabia, y aquí en Almería, no hemos podido evitar sentirlo en lo más profundo.
Belén tenía 35 años y una pasión desbordante por su trabajo. La conocí a través de amigos comunes que hablaban de ella con admiración. “Era una bella persona”, decían, “no tenía miedo a nada”. Y ahí está la clave: su valentía ante un sistema que muchas veces parece desmoronarse. En este rincón del mundo donde el sol brilla casi todo el año, también hay sombras profundas que acechan a quienes intentan iluminar la vida de otros.
Me acuerdo de mis días en la universidad, cuando soñaba con ser periodista para cambiar el mundo. Tenía compañeros que se lanzaban al campo social, como Belén. Recuerdo a mi amiga Clara, quien siempre decía: “Quiero ayudar a los niños que nadie quiere”. Ahora miro hacia atrás y me doy cuenta de cuán frágil es esa misión cuando el entorno no ofrece las herramientas necesarias para proteger a quienes se dedican a ello.
Los presuntos asesinos de Belén son adolescentes de 14 y 15 años. Y aquí es donde la historia se complica aún más. Estos chicos ya tenían un historial delictivo detrás; no eran simples "niños perdidos", sino jóvenes atrapados en un ciclo de violencia y desesperanza. Me pregunto qué les llevó hasta allí. ¿Dónde estaban sus familias? ¿Qué fallos han existido en nuestro sistema educativo y social para permitir que lleguen a convertirse en lo que son hoy?
En Almería hemos tenido nuestra parte de tragedias relacionadas con menores, pero esta vez es diferente; esta vez sentimos que se ha cruzado una línea roja. Ayer hablé con mi madre sobre esto mientras tomábamos un café en nuestra terraza con vistas al mar. Ella me contaba cómo hace unos años hubo un caso similar en nuestra ciudad, donde un joven acabó involucrado en actos violentos tras haber sido víctima él mismo de circunstancias adversas. “La sociedad tiene que hacerse responsable”, decía mi madre con ese tono firme que le sale cuando algo le indigna.
Es cierto que debemos cuestionar nuestras estructuras sociales y educativas. No podemos seguir cerrando los ojos ante la realidad que viven muchos jóvenes en situaciones vulnerables. La muerte de Belén no puede ser solo otro titular desgastado; debe ser un llamado urgente para actuar.
No quiero terminar este artículo sin recordar la luz que Belén trajo al mundo. Su compromiso debería inspirarnos a todos a luchar por un cambio real, porque cada niño merece crecer en un entorno seguro y lleno de oportunidades. Desde Almería, elevemos nuestras voces por aquellos que no pueden hacerlo. Que su legado nos impulse a construir puentes, no muros; empatía, no indiferencia.
Belén se fue demasiado pronto, pero su espíritu vive entre nosotros. Es hora de hacer honor a su memoria luchando por un futuro donde ningún educador tenga miedo y donde cada niño pueda soñar sin límites.