Parece que se ha abierto el debate sobre la tasa turística, rechazada en el pleno municipal de Almería tras proponerla Podemos, pero que ha sido recuperada tras la polémica decisión del alcalde de Sevilla de cobrar la entrada a la Plaza de España.
La llamada ‘tasa turística’ es una cuota impuesta por las administraciones locales a los visitantes, vista por algunos como un mero instrumento recaudatorio, una excusa para compensar la imposibilidad de gravar aún más a los residentes permanentes. Sin embargo, este argumento merece una consideración más matizada.
Es innegable que el turismo genera gastos adicionales para una ciudad: mantenimiento de infraestructuras, servicios públicos y conservación del patrimonio, entre otros. Pero estos costes no deben eclipsar los ingresos significativos que el turismo aporta cuando gasta dinero en esos lugares, y además haciendo que la actividad económica aumente, y con ella lo que se percibe en la administración vía impuestos, pero es que además están las entradas a los museos o edificios históricos, cuya recaudación debería ir esos fines. Y quienes hablan, por ejemplo, de que el alcalde sevillano "privatiza" la Plaza de España, deberían explicar por qué lo califican así, y no dicen lo mismo cuando se paga por entrar en el Prado o a la Alhambra... eso sí, lo de la Mezquita de Córdoba es otro cantar, porque es el mayor generador de dinero negro de la Iglesia Católica española tras la apropiación de este templo, y establecer el cobro de un "donativo" que encubre una entrada, porque o pagas, o no entras... ya me dirán que donanción es esa.
No será tan terrible ser destino turístico cuando las ciudades lo anhelan, no solo por prestigio, sino también por el flujo económico que acompaña a las hordas de visitantes. La tasa turística, aunque como indicamos, sea discutible incluso en esencia, podría interpretarse como una contribución simbólica a los recursos que los visitantes consumen.
La controversia surge al considerar su proporcionalidad. En ciudades como Viena, Florencia o París, donde el turismo es un pilar económico esencial y hay una clara turistificación, la tasa puede justificarse como una pequeña contribución a la gestión de la masa turística, y tienen tanto potencial que nadie deja de visitarlas por tener que pagar un par de euros o cuatro. Sin embargo, en lugares como Almería, donde el volumen turístico es más modesto y la oferta no tan abrumadora, la justificación de tal impuesto es más tenue. ¿Es razonable gravar a los visitantes en una ciudad que aún no ha alcanzado su potencial turístico pleno?
Miedo me produce darle la vuelta a la pregunta: ¿Algún visitante dejaría de venir a Almería si se impone la tasa? Creo que no... y temo que las autoridades municipales, en algún momento, lo consideren así, cambiando de opinión para aplaudir otra fuente de ingresos. No existe animal más voraz que el Estado en su capacidad recaudatoria.
El caso de Sevilla ilustra aún más la complejidad del asunto. La decisión del alcalde de rechazar la tasa turística, mientras contempla cobrar entrada a la emblemática Plaza de España, parece contradictoria. Si bien la protección del patrimonio es un argumento válido, la coherencia política exige una estrategia fiscal transparente y equitativa.
La tasa turística puede no tener justificación alguna en general, pero en caso de no ser descartada, su aplicación debe ser cuidadosamente calibrada, considerando el impacto económico y social del turismo en cada localidad en concreto. Solo así se garantizará que la contribución de los visitantes sea justa y proporcione beneficios tangibles tanto para ellos como para los residentes de la ciudad anfitriona.