Disculpen el exabrupto y la ironía, pero, con el cuerpo del Santo Padre presente y la final de Copa, no tendré mejor oportunidad para recurrir a los versos atribuidos y no constatados a Francisco de Quevedo: caga el Rey, caga el Papa, en este mundo de mierda, nadie se escapa. La pregunta es, dado por hecho que tan gentiles y delicadas posaderas las usarán, ¿dónde tiran las toallitas húmedas?
Si me hago esta pregunta, en vez de regodearme en la derrota merengona y de estar pendiente de las volutas de humo de la chimenea vaticana, es porque este fin de semana realizamos una limpieza de playas en la Rambla de las Amoladeras, en el vitoreado Parque Natural de Cabo de Gata, con los compañeros de Ecologistas En Acción, Clean Ocean Project, Amigos del Parque, GEA, Ojos del Cabo y El árbol de las piruletas, y el residuo más encontrado enterrado en la arena han sido las dichosas toallitas.
Como lo más importante de este tipo de acciones de voluntariado es juntar gente para generar preguntas y buscar respuestas y soluciones al problema de la gran producción de basuras, su nefasta gestión, las consecuencias que generan en los ecosistemas y las ineficaces leyes que intentan atajar el problema, estuvimos debatiendo del tema.
El razonamiento más sencillo es culpar al incívico, cómodo y pulcro ciudadano que se preocupa por el mantenimiento, limpieza y suavidad de su ojete, pero no el de su entorno. Al fin y al cabo es él quien, en vez de tirarlas a la papelera para luego llevarlas al contenedor gris, las tira al inodoro para pasarle, nunca mejor dicho, el marrón a otro.
Pero el problema es más complejo, viene de arriba, por lo que hay que masticar y digerir mejor las respuestas, antes de excretar conclusiones facilonas. Como dice el refranero, al comer y al cagar, prisa no te has de dar.
Debemos fijarnos en las obsoletas y deficientes depuradoras de nuestros ayuntamientos, que, ante los atascos habituales y para prevenir mayores problemas, terminan vertiendo al mar millones de estas toallitas, y los vientos y corrientes las reparten a lugares insospechados. España lleva gastados más de 90 millones de euros, y subiendo semestralmente, en multas de la Unión Europea por el incumplimiento de la Directiva de Tratamientos de Aguas Residuales Urbanas. Nos dieron el dinero para solucionar el problema, pero nos lo gastamos en otros menesteres. Vamos, que nos limpiamos el culo (al menos son de papel) con estos acuerdos, algo que con el gasto en armamento parece que no va a pasar.
Otra cuestión es la confusión y engaño del etiquetado de los productos, donde en letra pequeña aparecen las cosas importantes, y en grande y coloreada las medias verdades que sirven como excusa y placebo a la mala conciencia del ciudadano, y llenan los bolsillos de los avariciosos.
Una de las simpáticas leyes europeas obliga a los fabricantes a poner un recuadrito en rojo si el producto no se puede tirar por el váter, y en verde si se puede. Para cambiar el color, muchos añaden la palabra biodegradable y se quedan tan a gusto, lo habitual después de una buena cagada. Y así la considero porque el mensaje vuelve a ser contradictorio, porque a pesar de las campañas para que no se tire nada por el escusado, luego ponen un semaforito para enseñarnos a lo Chimo Bayo que “esto sí, esto no, eso te lo comes tú”.
Estudios de la OCU, después de pruebas de laboratorio en diferentes marcas, concluyeron que tanto las biodegradables como las que no, están hechas con fibras y materiales plásticos que evitan su descomposición en el agua, y que en vez de 100 años tardarán 70 en descomponerse. Así que tienen tiempo suficiente para atrancar tus tuberías, las depuradoras, destruir ecosistemas, matar infinidad de especies, generar microplásticos que te comes, respiras y meas a diario, y acompañarte mientras tomas el sol y tus hijos hacen castillos de arena.
Así que ante la avaricia y mentira empresarial, la mala gestión de nuestros residuos, las contradictorias leyes y la comodidad del vecino, lo mejor sería prohibir un producto del que consumimos en este país 15 kg por persona y año. Pero como esto no pasará, y defecar defecaremos porque es sano, placentero e inevitable, nos toca a nosotros poner cordura y responsabilidad en este mundo de mierda, así que: ¡no tires las toallitas al váter!
Limpiarse con papel es más barato, genera menos gasto a las arcas municipales que pagamos todos y no destroza la naturaleza. Si piensas que tu trasero no lo soportará, recuerda que nuestros abuelos se limpiaban con piedras.