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Lo medieval en el libro de “El Convento de las Puras”

sábado 11 de diciembre de 2021, 15:22h

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Desde hace muchos años vengo reivindicando que no solo no se ignore el floreciente y próspero pasado andalusí de la ciudad de Almería y del resto del actual territorio almeriense, sino también que lo acontecido en ese periodo histórico no sea tergiversado, por acción o por desconocimiento, y ello tanto en el ámbito docente de la Universidad de Almería, donde se ha dado una pésima formación a los alumnos de las licenciaturas de Humanidades y de Historia en este tema, con importantes repercusiones, como fuera de ella.

Acaba de salir de la imprenta el libro “El Convento de las Puras de Almería. Patrimonio y memoria de una ciudad” en una edición maquetada con muy buen gusto por Carlos de Paz, con un excelente trabajo fotográfico de Pako Manzano y estupendos trabajos, en general. No obstante, la parte medieval, de la que se han encargado Lorenzo Cara Barrionuevo y Bilal Sarr Marroco, está deficientemente tratada y el artículo correspondiente (“El convento de las Puras. Una perspectiva arqueológica”), que es en el que se trata lo andalusí, no está a la altura del resto de trabajos del libro y de lo que se merece el tema. En ello voy a centrarme, con ánimo de que sirva para enmendar errores.

Pese a llamarle yo la atención a Lorenzo Cara de que arrabal (del árabe “ar-rabad”), ampliación de la medina, normalmente amurallada, no se puede traducir por barrio (en árabe “hara” o “hawma”), pues es una entidad mayor, y tanto la medina como los arrabales estaban subdivididos en múltiples barrios, sigue refiriéndose al “barrio de la Musalla”. Yo prefiero determinar la hispanización en masculino (“el Musalla”), siguiendo el género de la palabra árabe, o mantener la determinación árabe (“al-Musalla”). No por terminar en “a” ha de ser femenina la palabra.

No encuentro por ninguna parte del artículo publicado referencias al terremoto de 1487, que destruyó gran parte de la Almería andalusí y que seguramente hizo que el convento hubiese de ser construido ex profeso, aunque aprovechando elementos aislados del pasado andalusí, y más tras el terremoto de 1522. Por ello, las partes más antiguas son mudéjares, aunque fuesen ya construidas en la época morisca. Tampoco hay referencia alguna a cómo afectó en este caso el hecho de que las edificaciones sacras cristianas, como es el caso, fueran construidas, al menos en parte, sobre anteriores construcciones religiosas islámicas, preferentemente. Era ésta una forma de borrar un pasado musulmán para transformarlo en otro cristiano, dejando bien claro quienes detentaban el poder en la nueva época. Este es un tema que requiere de una exhaustiva investigación que, en el caso de Almería, está aún por hacer en detalle, tras lo que publicó Tapia Garrido.

No voy a entrar en cada una de las piezas arqueológicas que, en un monótono y descriptivo repaso, sin aportar en la mayoría de los casos imágenes, presentan los autores, aunque me llama la atención la fijación de que las tinajas andalusíes de Almería sean de la época almohade, sin explicar la razón de tal creencia, como también que, según el tamaño de los ladrillos, así serán las construcciones de una u otra época.

Sin duda, la pieza estrella es la interesantísima estela funeraria que tuve la oportunidad de dibujar y estudiar hace un par de décadas y que está a nombre de una mujer. La lectura de los datos fundamentales de la inscripción fúnebre que ofrecen en el artículo no tiene ni pies ni cabeza. Según ellos, la almeriense “murió en la ruina”. ¡Ah, claro, y por eso se apiadaron de ella al morir y le pusieron una costosa inscripción de mármol blanco de Macael!, cuando, además, la más pura tradición islámica recomienda no hacer ostentación en los enterramientos. Interpretan que en el texto dice “tiflis”, de la raíz árabe f-l-s, de la que procede “fulús”(dinero) e “iflás” (bancarrota), y esa almeriense sería una “muflisa” (arruinada). Se nota la inexperiencia de los autores del artículo en el campo de la epigrafía, pues en el texto se lee claramente “an-nifás”, “tuwúffiyat min an-nifás” (murió a consecuencia del parto) y nada tiene que ver con el dinero. De acuerdo con la tradición islámica, la mujer que fallece durante el alumbramiento o a consecuencia de él da testimonio de su martirio y por ello irá directamente al paraíso. Desarrollo el tema en el libro que estoy ultimando para publicar sobre la historia andalusí de Almería y que saldrá al mismo tiempo que se publique la “Historia de Almería” del IEA, para evitar que me plagien. En una intervención de Lorenzo Cara en Granada, precisamente invitado por Bilal Sarr, tuve que llamarle la atención sobre los plagios que estaba haciendo en su disertación, al apropiarse de teorías mías y de otras personas como si de hipótesis suyas se tratara.

Aquella almeriense de finales del siglo XI no se llamaba Qahya, como dicen, y no hay que especular con que es un nombre persa o kurdo y que podría ser incluso Wahya. Cualquiera con un poco de experiencia en la lectura epigráfica y mínimos conocimientos de la onomástica andalusí habría leído Muhya. Si se consulta la “Biblioteca de al-Andalus”, encontrarán a tres autoras andalusíes que responden al nombre de Muhya, y en el análisis que hice de la producción intelectual de al-Andalus a partir de esa obra destaqué que los nombres más frecuentes de autoras eran Muhya y Hafsa.

No comprendo que duden y piensen que, en lugar de ar-Ruayni (de la tribu de los Banú Ruayn, relación que podría ser por clientela), pueda leerse at-Taálabi (que en todo caso sería az-Zaálabi y, mejor, at-Táglabi, documentada en Almería, al responder, además, el topónimo Benitagla a ese gentilicio árabe). Todas esas conjeturas que hacen son inútiles en este caso porque la escritura está bien clara y solo se puede leer ar-Ruayni. También es legible el nombre del padre de la difunta, Muhámmad, el más usado en al-Andalus, que no han sabido interpretar Cara y Sarr.

No quiero extenderme en este artículo y por eso no me refiero al fragmento de maqabriya, que era de mayores dimensiones de lo que apuntan, como tampoco sacaré a colación otras cuestiones. Lo haré en otra ocasión. Sí quiero llamar la atención sobre el hecho de que en ningún momento los autores del artículo se refieran al nombre de la puerta cercana, la más monumental de la Almería del siglo X, la “Puerta del Águila” (Bab al-Uqab), llamada de la Imagen a partir de la época cristiana, desde la que partían dos arterias de la ciudad de Almería que, desde el siglo XI, llevaban a la “Puerta de Pechina” (Bab Bayyana) y a la “Puerta de la Vega” (Bab al-Murabba o del Morabi, cuando se pronunció el nombre con imela). ¿Será porque tendrían que haber citado algunos de mis trabajos de forma ineludible y han preferido que no aparezca ninguno de mis trabajos en el artículo? Evitan también referirse a mis diversos artículos sobre epigrafía de Almería. Por lo pronto, les hubieran servido para evitar decir que las inscripciones de mujeres “son escasas en proporción a la totalidad de lápidas almerienses”. ¿Escaso es un porcentaje cercano a un tercio?

Disiento de Lorenzo Cara y de Bilal Sarr en diversas cuestiones sobre el cementerio que se abría en el exterior de la Puerta del Águila, pero no voy a entrar ahora en ellas; solo quiero adelantar que difícilmente se puede hablar de “la antigua al-sharía al-qadima califal”, como hacen, pues fue antigua (qadima) pasado el califato, pero no cuando era una simple “sharía”, que en la toponimia provincial dio Jarea en Vélez Rubio y, en ambos casos, consistía en una explanada usada con fines funerarios.

Evidentemente, me hubiera gustado a mí hacer un artículo relativo a la época andalusí para que hubiera sido publicado en el libro, con muchas hipótesis a partir del urbanismo de la Almería andalusí y de la epigrafía árabe, que son algunas de mis especialidades. Pero no soy persona que presione para que tengan que contar conmigo necesariamente. No tengo la exclusividad de nada, aunque crea que puedo realizar valiosas aportaciones, y así lo han considerado muchos, entre ellos la Hispanic Society of America, al invitarme a participar en el catálogo de la exposición realizada en 2008-9 con “Las lápidas funerarias y otras piezas islámicas medievales” de ese museo neoyorquino, o el Museo del Louvre, en el catálogo de la exposición “Maroc médiéval” (2014), en la que destacó un importante número de inscripciones almerienses.

Suelo aplicarme que, cuando sé que alguien ha investigado un tema desde una perspectiva cercana a la que yo lo pudiera emprender, por cortesía, le pregunto si lo tiene ya trabajado para evitar así duplicidades ante lo mucho que queda por hacer, sobre todo si es un investigador solvente, y, aunque me gustaría que la acción fuera recíproca, lógicamente, no puedo exigir cortesía a nadie.

A los coordinadores y, especialmente, a Lorenzo Cara y también a Bilal Sarr, les consta que tengo muy trabajada la epigrafía de Almería. Por cierto, Sarr, conjuntamente con Antonio Malpica, me invitaron a unas jornadas de epigrafía árabe junto con otros especialistas, y luego editaron nuestras intervenciones en el libro “Epigrafía árabe y arqueología medieval”. Mi trabajo versó sobre “La información histórica aportada por la epigrafía: el caso de Almería” y en él ofrecí, además de un análisis general, la transcripción, traducción y estudio de dos lápidas inéditas con muy relevantes datos (ninguna de las dos era ésta, pues hay muchas sin publicar aún). Creo que tanto Alfonso Ruiz, uno de los coordinadores del libro, como Lorenzo Cara, uno de los autores del artículo que comento, me vetan, siempre que pueden y les dejan, para participar en toda aquella publicación en la que podría yo realizar una valiosa aportación. Ya pasó con la guía del mármol, donde Alfonso Ruiz le encargó a Lorenzo Cara que escribiera sobre la rica colección de inscripciones árabes de Almería y claro, como no es especialista en ello, publicó un artículo con bastantes errores y no trató aspectos fundamentales como el contenido de los epígrafes árabes y su gran valor documental.

En otras guías que se van a reeditar, le he comentado a Alfonso Ruiz, el coordinador de las mismas, que hay flagrantes errores. No ha mostrado ningún interés en corregirlos. Espero que finalmente opte por enmendar los fallos, pues sonaría a guasa aquello que siempre destaca de que la primera característica de las obras que él coordina es que son rigurosamente científicas.

Ofrezco con este artículo tanto la fotografía como el dibujo que realicé de la inscripción principal hace años. Autorizo a cualquiera que lo desee a hacer uso tanto de las imágenes como de cualquier parte del contenido de este artículo, si bien citando la autoría.

Es una pena que un libro con una edición tan magnífica y costosa, como es el caso de “El Convento de las Puras de Almería”, nazca ya con importantes errores en el contenido de uno de sus artículos, máxime cuando se podían haber evitado fácilmente.

Lo medieval en el libro de “El Convento de las Puras”

Jorge Lirola

Profesor de la Universidad de Almería