En el fascinante mundo de la política, donde las paradojas y contradicciones son moneda corriente, nos encontramos con un episodio digno de análisis: la inauguración solemne de la XV legislatura, presidida por el Jefe del Estado, el rey Felipe VI, y con la destacada figura de la presidenta del Congreso, la socialista Francina Armengol. Sin embargo, lo que debería haber sido un acto protocolario se convirtió en el escenario de una nueva entrega de la tragicomedia política.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuyo portavoz es el inigualable y siempre enfadado Patxi López, no pudo contener su indignación ante el descarado atrevimiento del Partido Popular (PP), que no aplaudió el discurso de la presidenta. ¡Qué falta de educación y savoir-faire por parte de los populares! Al menos así lo expresó el portavoz socialista, quien se erigió como el defensor de la etiqueta política y el buen hacer parlamentario.
Pero, oh sorpresa, la ironía se cierne sobre el discurso de López como una sombra indiscreta. Resulta que no solo el PP se abstuvo de aplaudir; tampoco tampoco aplaudieron los grupos independentistas. Ahí es cuando la contradicción se vuelve tan evidente como un elefante en una sala pequeña: ¿quién no sabe estar en los sitios?
El fino análisis de López apunta a la falta de educación y buenos modales de aquellos que no aplaudieron, pero olvida mencionar a quienes ni siquiera se molestaron en acudir al acto. Y no estamos hablando de cualquier grupo, sino de los socios del PSOE en el gobierno actual. Sí, aquellos que se ausentaron estratégicamente para hacerle un feo al Jefe del Estado que presidía la ceremonia.
La mayoría parlamentaria invocada con orgullo por Armengol en su discurso de investidura se tambalea cuando descubrimos que cinco de los siete partidos que la componen decidieron darle la espalda al parlamento. Sabotearon, una vez más, una sesión parlamentaria, demostrando que su respeto institucional se desvanece cuando se trata de cumplir con sus funciones.
Los diputados ausentes, en su flagrante acto de dejación de funciones, claman por respeto a sus identidades y diferencias mientras le faltan al respeto a la institución que representan y que preside Armengol. Una paradoja política digna de ser analizada en profundidad, pues, al parecer, la educación parlamentaria es un bien escaso en estos tiempos.
Los "aplaudidores de Patxi López" nos dejan una valiosa lección: antes de señalar con el dedo acusador, convendría revisar la propia casa. Porque, en política, no saber estar en los sitios es un mal que afecta a más de uno, y las contradicciones son tan abundantes como los discursos grandilocuentes. ¡Bravo por la educación parlamentaria de nuestros representantes!
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