Hace algunos años, en los pueblos de la hoy vaciada España, un grupo de personas se convertían en el poder moral, político, religioso y de seguridad. Eran, el médico, el maestro, el cura, el alcalde, la pareja de la guardia civil, el juez de paz y el boticario. Si vemos la realidad actual de nuestros pequeños pueblos, el médico va dos horas al día, en algunos un día a la semana. Ya casi no tiene contacto con el pueblo, no se toma una copa en el bar con el resto de las llamadas fuerzas vivas. El maestro, en los que todavía hay escuela, no vive en el municipio, llega por la mañana, da la clase y a seguir con su vida a kilómetros de sus jóvenes alumnos.
Con el cura ocurre algo parecido, uno para cinco o seis pueblos. Misa el domingo, a veces con prisa, le esperan en el pueblo de al lado para otra celebración, y de confesiones ni una: no tiene tiempo el hombre. El alcalde que vive en el pueblo es una pica en Flandes, lo mismo ocurre con los concejales. La capital, cuando no Aguadulce o El Poniente, se han convertido en los domicilios de estas autoridades municipales. Acuden a los plenos, faltaría más, a las fiestas de verano, también a las de invierno, y algún fin de semana se dejan ver por el pueblo saludando a los vecinos como si estuvieran en campaña electoral. A la pareja de la Guardia Civil ni se la espera, un día te llevas la sorpresa de ver un coche todoterreno que por el color te dices, anda, si es la Guardia Civil. Los jueces de paz han ido perdiendo poder y fuerza ante el vecindario, pero es la única autoridad que sigue viva en los pueblos. No sirven para mucho, es cierto, pero ahí andan ellos.
¿Quién queda de aquellas autoridades morales? El boticario. Se ha convertido en el hombre más cercano a la gente mayor del pueblo, al único al que pueden acudir a que le solucione cualquier problema, pedir una cita con el médico, y si hace falta, solucionar algo del móvil, al que no le tienen cogida la medida, o rellenar unos papeles para cualquier administración. Se están cansando. El ministerio de sanidad les aprieta cada día un poco más. Los beneficios se recortan, las farmacias han dejado de ser los negocios de antaño. Algunas boticas de estos pueblos vaciados no dan para mantener una familia. Hoy te encuentras con algunas que cierran por la tarde, y hay pueblos con un dispensario que depende de la farmacia de otro municipio.
Dicen que es la globalización, puñetera globalización, y que no se pueden mantener todos los servicios que necesita el pueblo, por lo que hay que unirlos en uno más grande, como han hecho con la seguridad, están haciendo con los médicos, las cajas de ahorro, donde se impone cada vez más la furgoneta de Cajamar una vez a la semana, y en unos meses lo veremos con los boticarios. Serán los últimos en irse, pero tarde o temprano se irán, y el día que lo hagan, podremos rezar un responso por la vida en estos pueblos, que ya no serán ni de los de quince minutos que pide la llamada globalización. Y si quieren les cuento la historia de los taxis que se viven en estos pueblos. No les canso más por hoy, lo dejamos para otro día.