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¡Los gatitos!
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(Foto: malasombra)

¡Los gatitos!

Por Juan Torrijos Arribas
viernes 24 de mayo de 2024, 06:00h

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Era uno de esos instantes que nos deparan los viajes en grupo en cualquier aeropuerto donde las horas se hacen eternas. Con una copa en la mano, no recuerdo lo que estábamos bebiendo, pero seguro que agua sería por el precio de cualquier bebida a la que te acercas, Mercedes nos cuenta una triste historia, y al mismo tiempo hermosa, que ha vivido en su entorno.

Triste por lo que supone el escaso valor que le damos al bienestar de la vida de los seres humanos, sin importar la condición y la edad que tengan, que es el que nos debería preocupar, hermosa por el profundo sentimiento que nos produce cuando de unos pequeños animales se trata.

Era un hogar almeriense donde vivían cinco personas. Tres niños, y sus progenitores, como se les llama ahora. Alguien quiere sacar de la ecuación a la madre y al padre. Y una sociedad silenciosa, callada, cuando no cobarde lo está permitiendo. Pero volvamos a la historia de Mercedes. La familia, por esas circunstancias que tiene la vida, y tras la defensa por la vivienda que ocupa, sin K, se ve obligada a dejarla por ley: ¡Al desahucio!

A las ocho de la mañana la policía nacional, con el papelito del señor juez en las manos (qué pocos papeles de esos vemos señores jueces, dedicados a los ocupas con K, y mira que nos gustaría saber el por qué), se presenta en el domicilio a proceder al desalojo de la familia. Los vecinos, desde un par de horas antes ocupan los alrededores del domicilio, entre ellos el cura de la parroquia, que el hombre ha luchado por esa familia todo lo que ha podido y más, pero sin resultado alguno. Los familiares y amigos empiezan a sacar muebles, cajas y enseres del domicilio. Entre ellos los tres hijos pequeños de la familia que no llegan aún a entender lo que les está sucediendo.

En medio del tenso silencio ante el desahucio que se está produciendo, un milagro. ¡Oh, milagro! En los brazos de uno de los pequeños aparecen dos mininos, dos preciosos gatitos, uno blanco con manchas negras, y el típico romano. ¡Alto!, dice una voz popular, aquí viven dos gatitos y no pueden ser desahuciados hasta que no venga una protectora que se haga cargo de ellos. Los críos que allí moraban no parecían importarles a nadie, a la calle, y que las estrellas les sirvan a partir de hoy como manto en las noches, sean estas de frio o calor, pero a los gatitos, la justicia, ¿verdad señoría? no los podía mandar a las frías y solitarias noches de Almería. Y eso fue lo que ocurrió.

Se paralizó el desahucio de esta familia, lo que está leyendo, las HORAS necesarias hasta que una protectora de gatitos se hiciera cargo de los mismos. La familia no tuvo esa suerte, en aquellos momentos tenían que haber desaparecido todas las asociaciones de animales de Almería y la familia seguiría viviendo con sus gatitos en la casa, la justicia no podía llevar a cabo el desahucio si los gatitos no encontraban cobijo, pero apareció una de ellas horas después, y la policía, que tenía el papelito para mandar a las calle a unos vecinos, tres de ellos menos de edad, no a los mininos en cuestión, pudieron seguir haciendo su trabajo. Hubo milagro para los gatitos, no para los niños de la familia.

España es así, madre de gatos, y de dragones si hiciera falta, ¿y de niños?, pues, que quieren que les diga, ya no estoy tan convencido de que España sea madre de nuestros niños. Terminada la historia que nos contó Mercedes, a todos se nos quedó en nuestro interior la sensación de que estamos en medio de una sociedad que, ante situaciones como esta, solo le preocupan los gatitos. ¡Pobres gatitos, solos y abandonados!