En Almería, entre el sol que abrasa nuestras playas y las montañas que nos abrazan, he aprendido que el dinero no solo es un medio de intercambio; es un dios al que muchos rinden pleitesía. “Que yo nací para ser millonaria”, canta Rosalía, y aunque suene a broma, hay días en los que me pregunto si no tendré que hacerme un altar a la diosa Fortuna. Porque, seamos sinceros, ¿quién no ha soñado alguna vez con una cuenta bancaria tan abultada que ni el viento del levante pudiera moverla?
Es innegable que vivimos en un mundo donde el dinero llama al dinero. En Almería, mientras algunos se forran vendiendo pimientos o tomates en mercados internacionales, otros luchan por llegar a fin de mes con trabajos precarios. La brecha entre los ricos muy ricos y los pobres muy pobres se hace más evidente cada día. Oxfam Intermón lo deja claro: el 1% de milmillonarios tiene más riqueza que el 95% de la población. Y aquí estoy yo, escribiendo esto desde mi pequeño estudio en el centro de Almería, preguntándome cómo hemos llegado a este punto.
¿Y quiénes son esos mega ricos? Pues mayormente ciudadanos del hemisferio norte, como si tuviéramos un club exclusivo al que solo acceden unos pocos elegidos. Ellos marcan las reglas del juego mientras nosotros nos quedamos mirando desde la barrera, tratando de entender qué hicimos mal para no estar en su lista dorada. Quizás deberíamos empezar a preguntarles cómo hacen para acumular tanto capital mientras otros apenas pueden sobrevivir con dos dólares al día.
En nuestra querida Almería, donde la agricultura es nuestro motor económico y nuestros agricultores son héroes anónimos, vemos cómo las grandes corporaciones arrasan con todo. Las tierras fértiles se convierten en campos de cultivo intensivo para satisfacer la demanda internacional, pero ¿a qué precio? A menudo me encuentro pensando en aquellos hombres y mujeres que trabajan bajo el sol ardiente por salarios miserables. Ellos son la cara oculta de esta economía globalizada que parece beneficiar solo a unos pocos.
Así que sí, poderoso caballero es don dinero. Pero también creo firmemente que debemos ser nosotros quienes cambiemos las reglas del juego. No podemos permitirnos seguir siendo meros espectadores en este teatro del absurdo donde solo algunos tienen acceso al banquete mientras otros se quedan mirando desde la puerta. Es hora de reivindicar nuestro lugar en la mesa y exigir un sistema más justo.
Porque aunque nací en esta tierra cálida y llena de vida que es Andalucía, también nací con el deseo de ver un mundo donde todos tengamos oportunidades equitativas. Y aunque quizás nunca llegue a ser millonaria —aunque tampoco lo descarto— quiero luchar por un futuro donde nadie tenga que conformarse con vivir con dos dólares al día. Así que ahí lo dejo: ¡que empiece el cambio!
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