En el ámbito político español, recientemente hemos sido testigos de un acto que ha generado una ola de críticas y ha puesto en evidencia una aparente doble moral. Durante una manifestación bajo el lema “Diez años bastan”, se produjo un incidente que, lejos de pasar desapercibido, ha capturado la atención del público: el manteo de una efigie del Rey Felipe VI. Este acto, que rememora la controvertida piñata de Pedro Sánchez en la sede del PSOE, ha rescatado la protesta del olvido.
Lo que resulta particularmente llamativo es la reacción —o la falta de ella— del PSOE. Cuando se trata de faltar al respeto a una figura del presidente del Gobierno, la indignación es palpable. Sin embargo, la misma vehemencia parece disiparse cuando el blanco de las burlas es la figura del monarca. Esta actitud ha suscitado críticas desde Génova, donde se señala esta incongruencia con preocupación.
Por otro lado, no podemos ignorar el contexto más amplio en el que se inscribe este suceso. El Rey Felipe VI ha logrado, a través de su conducta y servicio, restaurar el prestigio de la Monarquía española, alcanzando niveles de valoración no vistos en el último cuarto de siglo. Este logro no es menor y refleja un esfuerzo consciente por parte del Rey para fortalecer la institución que representa.
Este incidente nos lleva a reflexionar sobre la coherencia en los principios que rigen nuestras reacciones políticas. ¿Es aceptable que la dignidad de nuestras instituciones y representantes sea objeto de sátira y escarnio? ¿Dónde trazamos la línea entre la crítica constructiva y el irrespeto gratuito? Y lo más importante, ¿cómo podemos asegurar que la respuesta a estos actos no esté teñida por la conveniencia política, sino por un compromiso genuino con los valores democráticos y el respeto institucional?
En definitiva, la política española se enfrenta a un momento de introspección. Es crucial que los partidos políticos, independientemente de su ideología, mantengan una postura consistente y respetuosa hacia todas las figuras del Estado. Solo así se podrá garantizar la integridad de nuestro sistema democrático y la confianza en las instituciones que lo sustentan.