Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, ha vuelto a protagonizar un episodio que refleja una cruda realidad de la política actual: la supervivencia en el cargo como fin último, incluso por encima de los principios que se dicen defender. El acuerdo alcanzado con Vox para aprobar los presupuestos autonómicos de 2025 no es solo un pacto de gestión, sino un símbolo de cómo el cortoplacismo y la ambición personal están redefiniendo —o deformando— el juego democrático.
No es la primera vez que Mazón prioriza su silla frente a los intereses del Partido Popular. Recordemos su papel en las elecciones generales de 2023, cuando su alianza con Vox en Valencia —pionera en normalizar a la ultraderecha en un gobierno autonómico— contribuyó a que el Partido Popular (PP) de Alberto Núñez Feijóo no lograra la mayoría necesaria para gobernar España. Mazón, consciente del rechazo social hacia Vox, optó por abrazar a Santiago Abascal para asegurarse la presidencia valenciana. El resultado fue un efecto boomerang: el electorado moderado castigó al PP en las generales, dejando al descubierto las contradicciones de un partido que critica a Pedro Sánchez por depender de independentistas mientras se apoya en la ultraderecha.
Ahora, el guion se repite. Para sacar adelante unos presupuestos clave, Mazón ha cedido a las exigencias de Vox, renunciando a principios básicos del PP como la solidaridad interterritorial. La promesa de que la Comunidad Valenciana no acogerá menores inmigrantes irregulares no solo es un discurso que estigmatiza a los más vulnerables, sino una muestra de insolidaridad —especialmente irónica para quienes se llenan la boca hablando de “nación española”—. Además, el acuerdo incluye recortes en políticas verdes, otro pilar teórico del PP, lo que evidencia que ningún principio es intocable si se trata de mantener el poder, porque esto es solo lo primero que ha trascendido, pero seguro que hay más ingeniería social en sus imposiciones al partido mayoritario.
Cabe preguntarse por qué Vox no ha ejercido con responsabilidad, y ha negociado sencillamente unas buenas cuentas para recuperar Valencia, en vez de establecer exigencias ideológicas. Es evidente una vez más: a Vox solo le preocupan adoctrinar en sus principios, y si para eso tiene que apoyar a un presidente que ha demostrado su irresponsabilidad, pues lo hace.
La pregunta es inevitable: ¿es democrático que un partido minoritario como Vox, o Bildu, o ERC, o Podemos... imponga su agenda más radical a través de pactos con fuerzas mayoritarias? La democracia exige negociación, pero cuando los acuerdos se basan en ceder en lo fundamental para conservar cargos, se trivializa la política. No se trata de buscar puntos de unión, sino que el grande, con tal de mantener sus sueldos, es capaz de ceder en sus principios fundamentales, por mucho que el partido pequeño sea pequeño precisamente porque sus principios son minoritarios... la ideología de la minoría se impone a la mayoría. Es la misma lógica que se critica en Sánchez cuando pacta con independentistas o con Sumar: el mayoritario se pliega al minoritario.
Mazón, sin embargo, parece inmune a las críticas incluso por la DANA. Pese a los cuestionamientos sobre su gestión de la reciente tragedia por lluvias torrenciales —con denuncias de descoordinación y opacidad en la reconstrucción—, sigue aferrado al cargo. Su prioridad no es rectificar, sino durar. Y en ese empeño, arrastra al PP valenciano hacia un precipicio electoral. pero a él le da igual.
Alberto Núñez Feijóo debería tomar nota. Cada concesión de Mazón a Vox no solo debilita al PP en Valencia, sino que proyecta una imagen de incoherencia ¿Cómo confiar en un partido que pacta con la ultraderecha en Valencia pero la demoniza en Madrid? Si el partido quiere representar un proyecto creíble, no puede permitir que sus líderes autonómicos negocien su ideario a la baja. La lección es clara: sobrevivir hoy a costa de los principios puede garantizar un año más en el poder, pero hipoteca el futuro.
Mazón lo ha vuelto a hacer. Y en el proceso, ha confirmado que, en su manual, la política no es un instrumento para servir a la ciudadanía, sino un trampolín para seguir saltando… aunque el salto deje grietas en el suelo que pisamos todos.