Una vez presuntamente agotado el faraónico argumento del traslado de la momia de Franco, este gobierno de agitación y propaganda debe seguir sacando conejos de la chistera para que el personal se entretenga hablando de temas de esos que son capaces de alargar una sobremesa hasta la cena, para que así no se hable o se hable menos de los muertos reales de la pandemia, de la crisis que ya está pitando en la olla exprés de la economía o de los tejemanejes erótico/judiciales de esa parte del ejecutivo que habría de mantener insomne al Dr. Fraude.
Y así, vuelven a triscar por los titulares cuestiones como la eutanasia, que es un cebo a ver si con suerte sale algún obispo en plan España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, etcétera y así toda la prensa progre puede ponerse hasta arriba de Primperán para evitar las arcadas y establecer directamente la relación del PP de los sobres de Bárcenas con los autos de fe, la expulsión de los judíos y la falta de lejía en la camisa de Isabel la Católica. Nada nuevo bajo el sol y nada que ustedes no hayan visto ya.
Pero además del tema de la muerte asistida y la vuelta a la aburridísima película esa que hacía Javier Bardem con calva postiza y acento gallego, hay un tema estrella que promete dar mucho juego. Verán. El Ministerio de Igualdad ha presentado la Macroencuesta de Violencia contra la mujer 2019, anunciando su intención de que las miradas lascivas del hombre hacia la mujer cuenten y computen como delito de violencia de género. No me digan que no está bien pensado. De entrada, porque eso convierte en sospechosa a la totalidad de la población masculina de España, salvo los ciegos -es natural- como cantaba Javier Krahe. Y luego, porque traslada la discusión a un terreno pantanoso e inacotable, pero en el que prenden con vigor los postulados de manual radical de toda esta banda de vividoras del cuento, que son repetidos y proyectados con insistencia por los arrimados del gobierno y por los acomplejados que viven empeñados en asumir las culpas que les atribuyen desde la izquierda más folclórica y basan su vida en la permanente solicitud de perdón. “No, por favor. No me señalen ustedes y ustedas, por lo que valga. A mí, no.”, dicen entre pucheros.
Y claro, podría despacharse el tema con un diagnóstico breve del panorama mental de quien pretende convertir en delito lo que alguien o algo entienda como mirada lasciva sobre una señora. “Están locas de atar”, podría pensarse. Pero no. Estas señoras cobran por proponer semejantes majaderías, o por establecer gravísimos indicios de la creación de una orwelliana policía del pensamiento. “Si usted no piensa como yo, está fuera de la ley”. Y no cobran poco. Por lo tanto, de locas nadas. Cuerdas y bien cuerdas que están. El problema está en quienes las apoyan, las sostienen, les dan pábulo y encima corren con los gastos.
Mientras el debate se centre en el tono, la intensidad o la intención de una mirada, no se hablará o se hablará menos de si había mucha o muchísima lascivia en las miradas que recibían las menores que eran forzadas en las residencias de Mallorca dependientes de Podemos o de si el líder Pablo Iglesias administraba la intimidad fotográfica de sus novias y colaboradoras o incluso de las razones por las que el acceso a la cúpula del partido ha guardado siempre tan estrecha relación con la cópula. Pero de eso mejor no hablar. Eso sí: vayan buscando una lezna evangélica para sacarse el ojo que mal mirare a cualquier prójima.