La reciente aparición de María Jesús Montero en el 15º Congreso del PSOE de Almería, celebrado para proclamar a José María Martín como nuevo líder provincial, dejó una imagen que trasciende lo meramente protocolario. Más allá del apoyo explícito al nuevo secretario general, en el rostro y la intervención de la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda se percibía un notable cansancio. No hace falta ser un experto en lenguaje no verbal ni haber estado presente en el acto; las imágenes difundidas en redes sociales hablan por sí solas: Montero parecía agotada.
Y es comprensible. Desde que asumió la secretaría general del PSOE andaluz, sumando esta ingente tarea a sus ya cruciales responsabilidades como número dos del Gobierno de Pedro Sánchez y titular de la cartera de Hacienda, su agenda ha sido frenética. Viajes, reuniones, actos de partido, gestión ministerial... una acumulación de responsabilidades de primer nivel que desgastaría a cualquiera. La energía parecía menguada, la fuerza de sus intervenciones, habitualmente enérgica, algo disminuida.
Este comprensible cansancio, sin embargo, parece tener una correlación directa y preocupante con asuntos de mayor calado para el país. Resulta llamativo, por no decir alarmante, que a estas alturas del año (recordemos, estamos en abril de 2025) el Gobierno del que es vicepresidenta primera y ministra de Hacienda todavía no haya sido capaz de presentar un proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) para el año en curso. El proyecto es previo a la discusión con los grupos parlamentarios para su aprobación, y una obligación constitucional. La situación es aún más grave si recordamos que tampoco en 2024 hubo siquiera un borrador sobre la mesa para iniciar la negociación.
La justificación del sobreesfuerzo y la dedicación a múltiples frentes podría servir de explicación, pero no de excusa. La elaboración y negociación de los PGE es una de las tareas fundamentales de cualquier gobierno, y su ausencia prolongada genera incertidumbre económica y dificulta la planificación a medio plazo, y más cuando tenemos la exigencia de la UE y la OTAN de incrementar la inversión en defensa, y por si fuera poco, los aranceles de Donald Trump. Frente a eso, recordemos la entrevista esta pasada semana de Carlos Alsina, donde el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, reaccionaba con una risa algo nerviosa ante la pregunta de si ya se había reunido con Montero con alguien para empezar a trabajar en los presupuestos de ¡2026!, eso no hace sino añadir perplejidad a la situación. Si no hay cuentas para 2025, y ni siquiera se atisba un inicio de los trabajos para 2026, ¿cuál es la hoja de ruta económica del Gobierno?
Paralelamente a esta visible fatiga y la parálisis presupuestaria, en Almería también se pudo apreciar un matiz diferente en su discurso. Del ataque ha pasado al victimismo, en esta ocasión por su acento andaluz, como si el propio Moreno Bonilla no hablara andaluz, o el PP-A no lo hiciese... como si fuese patrimonio socialista, como la bandera... cuando ha sido el actual presidente quien le ha dado el lugar que corresponde con el 4D como Día de la Bandera, o no fuese ese mismo presidente el que ha impulsado un protocolo sobre el Habla Andaluza (habla, dialecto... ¡no acento!). ¿Se está pasando de una táctica más ofensiva a una de repliegue o victimización ante las crecientes críticas o la dificultad de la tarea?
Es una posición compleja. Porque al mismo tiempo que puede intentar presentarse como víctima de ataques (por su modo atropellado de hablar, y es que es ella, no el andaluz), su propio historial político ofrece flancos evidentes. Criticar la gestión sanitaria del actual gobierno andaluz del Partido Popular es legítimo, pero resulta inevitable que muchos recuerden el estado en que ella misma, como Consejera de Salud, dejó la sanidad pública andaluza (contratos a médicos del Hospital de Poniente de una hora al mes). Por muy mejorable que sea la situación actual, siempre habrá quien le recuerde que "aquellos polvos trajeron estos lodos", debilitando la fuerza de su crítica.
La imagen de Montero en Almería es la de una política sobrecargada, cuyo innegable esfuerzo por abarcar múltiples y exigentes responsabilidades parece estar pasando factura, no solo en su visible energía, sino también en la capacidad de su gobierno para sacar adelante tareas esenciales como los Presupuestos Generales del Estado. El tiempo dirá si es capaz de reconducir la situación o si el peso de tantos cargos acaba lastrando su gestión y su proyección política.