Tarde o temprano de la historia de Pablo e Iñigo se escribirá una novela, quizás hasta se haga una película, o una serie de las que ahora están de moda. Ya se podría hacer alguna de como juntos revolucionaron la política, de como hicieron tambalearse a los partidos que se creían inamovibles, de como se ganaron la confianza de los desencantados, de los jóvenes, de los vapuleados por la crisis. Esa primera parte de la historia, dependiendo de quien la cuente, de su ideología y del mensaje que quiera transmitir, puede terminar en la noche electoral que los encumbró, o en el II Vistalegre donde comenzó la caída de su sueño. Una historia para demostrarnos que juntos Podemos, o para recordarnos que contra el capitalismo nadie gana.
Sé que aún es pronto, que estamos en el nudo, en la trama, que determinará el desenlace. De lo que suceda el 10N depende el resto de la historia, porque al final, lo único que importa son los resultados, el número de asientos de los que dispongan en el hemiciclo. Las ideas, los programas son secundarios, se pueden cambiar sin reparos, adaptar a las circunstancias, negociar como dirían ellos, prostituirlos como lo catalogó yo.
Queda mucho por escribir, pero de lo que estoy seguro es de que tarde o temprano, cuando en sus vidas solo sean importantes los recuerdos, Pablo e Iñigo se encontrarán a solas, como Miren y Bittori en la poderosa y magistral novela de Fernando Aramburu, Patria. Sus vidas en lo básico son similares, dos amigas separadas por la política, que solo ante lo inevitable tienen ese momento de intimidad, de reconocer sus errores, de perdonar las faltas. Mikel las junta por azar, apenas un instante, sin necesidad de cruzarse una palabra, solo un gesto, una mirada, antes de seguir su camino, de afrontar el destino al que las llevaron sus decisiones, sus actos.
Me los imagino sentados en un parque, sin cámaras, sin cronistas que puedan tergiversar lo que se digan. Antes se habrán saludado con un sincero abrazo, mirándose a los ojos. Luego sus miradas se perderán en un horizonte lejano, reviviendo los senderos que transitaron. Con una media sonrisa dibujada en sus rostros, quizás con los ojos llorosos, sabiendo que todo ya es pasado, hablarán de cómo nació todo, de sueños, de ilusiones, de cafés en la facultad, de luchas y reivindicaciones callejeras, de trabajo en equipo, de estrategias y golpes de fortuna. Recordarán orgullosos sus canticos, el calor y el empuje del pueblo, las noches gloriosas y la sensación de la adrenalina corriendo por sus venas.
Luego su gesto se torcerá al recordar las traiciones, las envidias, las rupturas, el ego, el despotismo, la victoria del sistema que luchó hasta separarlos, la poderosa adicción al poder, a no querer perder el asiento y bajar de la cumbre. Podrán decírselo sin acritud, porque ya nada importará, porque lo que tuviese que ser ya será. Les dará igual quien traicionó a quien, de quien eran las ideas, quien captaba la atención de la gente. Buscarán ese momento donde todo se rompió, de cómo lo vivieron, de cómo se tuvieron que reinventar. De la confianza perdida, de las oportunidades que se dieron, de los pasos que habrían tenido que dar para reconducirlo todo, de seguir todos a una.
Hablarán de liderazgo, de prepotencia, de inocencia, de aduladores ambiciosos y calientarorejas kamikazes. De errores y aciertos, de eruditos maestros que no supieron reconocer que no lo sabían todo, de alumnos aventajados con ideas propias, de saber aprovechar las oportunidades, de entrar donde se toman las decisiones o de quedarse golpeando eternamente la puerta. Hablarán de dioses, de titanes, de enemigos, de falsos amigos, de marionetas del poder, de cloacas del estado, del poder mediático. De extremos, de centro, de derechas e izquierdas. De lo que pudo haber sido y no fue.
O quizás no hablen de nada de eso, solo de sus hijos y de sus nietos, pero cuando se separen, el lector de la historia, el votante del 10N, verá en ellos la gran oportunidad perdida, la derrota de dos amigos que consiguieron lo más difícil y que sucumbieron a la cruda realidad, al poder y el egocentrismo. Verán un sueño truncado, una ilusión defraudada, la crónica de una muerte anunciada, una división que nos divide a todos aquellos que nos hubiese gustado no tener que elegir entre Miren y Bittori. Pero así es España, una patria polarizada, siempre dividida.