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La leyenda del Hombre Tortuga

Por Moises Palmero Aranda
lunes 25 de mayo de 2020, 13:19h

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Cuenta una leyenda que en un cercano océano millones de islas flotan a la deriva ocupadas por cada uno de nosotros que, soñando con ser autosuficientes, en un momento de la vida nos echamos a la mar.

Una mañana se levantó un rumor que hablaba de una extraña brisa y que no sabían de dónde soplaba. No le hicieron caso pensando que, como todas las anteriores, pasaría de largo, dejando, como mucho, a su paso algunos árboles caídos, algún tejado para reparar. Así que siguieron a sus cosas, creyéndose protegidos, en sus pequeñas porciones del mundo. Pero aquella brisa, invisible, silenciosa, traicionera, que no respetaba a nada ni a nadie, se transformó primero en viento, luego en tormenta, y terminó convertida en un temido huracán que destruyó todo a su paso e hizo subir el nivel de las aguas.

Sabiéndose amenazados, el temor, el miedo, la incertidumbre se apoderó de ellos. Se sintieron solos, insignificantes ante las inclemencias meteorológicas, encarcelados en sus islas y en manos del azar. Y cuentan, por eso es una leyenda, que en el momento de mayor desesperación apareció el Hombre Tortuga, uniendo con lazos invisibles, pero sólidos y fuertes, unas islas con otras. Dicen que entre sus meritos tiene el de haber unido frágiles ancianos con jóvenes cocineros, aplausos emocionados con sanitarios cansados, artistas solitarios con un público en pijama, recuerdos devaluados con la falta de caricias. Intercambió mensajes de socorro, besos de miradas. Creó escuelas de cariño, barrios de emociones, familias de necesidades. Llevó abrazos perdidos en la inmensidad de nuestras vidas, susurró palabras a los grises corazones, agua a los sedientos, una sonrisa ante la tempestad.

Cuentan que se corrió la voz y que las enseñanzas, las historias, los juegos, los poemas, el sentido del humor del Hombre Tortuga sirvieron para devolvernos el equilibrio perdido, para guiarnos en la oscuridad de la tormenta, para descubrir las voces de los solitarios, de los invisibles, de los olvidados.

Pero no hay miedo que cien años dure, ni bastardo que renuncie a su derecho, así que cuando la incertidumbre se convirtió en una certidumbre controlada, en un riesgo minimizado, en una anormalidad normalizada, y el mar comenzó a retirase, los sueños de permanecer unidos, de regar las semillas, de fortalecer el alma de los peones, empezaron a desvanecerse.

El Hombre Tortuga vio como muchos cortaban los lazos invisibles, olvidaban los sentimientos regalados, se encerraban en sus jaulas doradas y comenzaban a ondear las viejas banderas, a desempolvar los cánticos de guerra, a adorar las caducas ideas. Escuchó ruidos de sables, susurros cobardes, malintencionados, incandescentes, preparados para convertirse en palabras hirientes, en mentiras incendiarias, en estadísticas acusadoras. Hasta él llegó el olor de la forja, el de la hoguera del brujo, la pócima del odio, el elixir de las falsas promesas, el brebaje de la ambición, la avaricia, la inconsciencia. Pero lejos de sorprenderse, conocedor de las debilidades e incapacidades humanas, en su rostro se dibujó una dolorosa, repetida y triste sonrisa antes de recitar el alegato culpable, el soneto olvidado, el epitafio escrito en el pedestal que soportan dos quebradas piernas de piedra en el desierto, “Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Contemplad mis obras, poderosos, y despertad!”

Luego, esperanzado, ilusionado, confiando en todas aquellas islas que aún se mantuvieron unidas, que resistieron a los cantos de sirenas, a las interesadas y ruidosas cacerolas y supieron escuchar sus advertencias de que la verdadera tormenta está por llegar, volvió a sumergirse para seguir con su misión.

Cuenta la leyenda que si alguna vez abres los ojos y te ves atrapado en una isla no desesperes. Alarga la mano, porque no muy lejos de allí hay montones de islas que desean ser descubiertas para crear un nuevo mundo. Uno en el que no seamos islas sino elementos indispensables, insustituibles, de un ecosistema común, de un mar de oportunidades. Uno en el que la solidaridad, la justicia y la libertad prevalezcan por encima de la gula, la ira, la soberbia. Si no eres capaz de abrir los ojos tú solo, no te preocupes, el Hombre Tortuga te encontrará para guiarte, para devolverte el equilibrio que nunca debiste perder, que nunca debimos romper.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.